Perú

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14.1.09

WITOTADAS / Diciembre del 2009

La rebeldía de los adolescentes nos confunde. Algunos se vuelven taciturnos, otros malcriados y respondones, pocos se convierten en maniquís de las pasiones que nos proporciona la sociedad: drogas, alcohol, música, lectura, vagancia (cine, pelota, faltar a clases) y amigos. La muerte de mi padre me volvió rebelde llegando a alcanzar todas las formas habidas y por haber, tanto así que hasta el día de hoy me sigo preguntando, ¿por qué? Con apenas trece años saboreaba hasta las heces de lo prohibido y más aún, cuando mi madre decidió (sus decisiones eran inapelables, pues los cucharonazos nos caían a diestra y siniestra) volver a su tierra, su Huauco querido, a invitación de su hermano Porfirio, al barrio de Minopampa. Sucre está muy lejos de Huánuco, trasladarnos con todas nuestras pertenencias era toda una aventura, como adolescente y mis hermanos aún niños, olvidamos un poco la tristeza que nos embargaba, mi madre en silencio nos vigilaba y lloraba amargamente su soledad. La casa se parecía a la del tío Domingo por su inmensidad. En ésta, el tío Porfirio vivía acompañado de la familia Ortiz que ocupaba todo el primer piso, personas afables, bondadosas y trabajadoras. Los días, pues no tenía amigos ni alguna chiquilla que los alborote, pasaban tranquilos hasta llegar a la desesperación, (podrán imaginarse cómo eran las noches) eran rotos los jueves por la llegada de los Testigos de Jehová, y como para no creerlo; a mi “nueva” casa.

Se escuchaba desde el segundo piso de machimbre el alboroto que producía la llegada de más de quince de ellos. Risas, conversaciones, cantos de alabanza, oraciones y lindas señoritas hacían el quilombo religioso en el primer piso. Sólo esperaba los jueves para ver y escuchar desde mi auto inflingida mazmorra, lo que despertaba en mí una sensación de paz, distracción y mucha curiosidad. Eduardo Araoz Lamas, un joven chorrillano, inquieto, inteligente y carismático, se aventuró a conocer al mozuelo ermitaño que vivía en el segundo piso de su “Salón del Reino”. Los inicios de esta amistad fueron de estudio y reconocimiento de ambos, hablábamos de música, de algunos librillos que vio en el cuarto, de los cigarrillos que alguna vez había fumado, algunos secretos de la historia peruana, pues tenía una cultura superior a la del común de los que conocía. Cosa que me agrado, pues no era el religioso incisivo que solamente de Biblia y Dios giraba su conversación. Mi alma estaba herida y sangraba por la partida de mi viejo, sus palabras eran bálsamo cuando comenzó a educarme en los principios de Jehová, Dios que hasta ese momento desconocía, descubrí a un Todopoderoso diferente al que me habían enseñado en los colegios y en mi propia religión, la Católica.

Comencé a estudiar la Biblia con ellos de manera ávida y pasional, devoraba sus libros como un poseso, al cabo de dos meses me conocía de memoria los textos del Libro de los libros con los cuales ya podía predicar de puerta en puerta como lo hacía en Celendín. Nunca me faltaba en las manos una Atalaya o un Despertad, este último sigue siendo una revista fascinante. Tomé a mi mando a los “hermanos” de Sucre, iba a visitarlos, les hablaba de Yahvé, orábamos. Nos reuníamos otro día que no era jueves, en éstas no faltaban los jóvenes que entraban a escucharme, algunos con respeto y otros desafiantes. Los “Ancianos” me daban algunos minutos para dirigirme a la Congregación de Celendín. Mi progreso era vertiginoso, a los tres meses decidí bautizarme, en mi interior creí haber encontrado el camino y mi bautizo se hizo realidad en Cajamarca cuando aún no cumplía los catorce años
Comenzó el tiempo de colegio y vivía perdido en ensueños teocráticos, poco me interesaba estudiar, hacer mis tareas, no podía saludar ni cantar a la bandera y el Himno Nacional, no jugaba pelota, si alguna dama me afectaba lo disimulaba hablándole de la Biblia, la fiesta de mayo a San Isidro Labrador paso inadvertida, más aún cuando me proporcionaron una moto para no perder las enseñanzas de los ancianos que vivían en Celendín.

La adolescencia es y será por siempre atrevida e inquieta. Y muchas más, estúpida. Por esos años mis visitas a la capital, en vacaciones, se incrementaron. En Lima llegaba a la casa de uno de los familiares que dejó huella en mi vida, y el cual merece todo mi respeto de por vida; el tío Carlos Castillo Ríos. Me regaló un libro, de los muchos de los que me obsequió, “El mono desnudo” de Desmond Morris, con el cual mis “principios” se comenzaron a quebrantar y de la misma manera que comenzó mi periplo por la “Verdad”, comenzó mi auto educación hacia la liberación de mi alma dogmatizada, libro que llegaba a mis manos era devorado literalmente y no fueron pocos, hasta el día de hoy tengo la suerte de tener familiares y amistades que siempre me hacen llegar mi vicio, la lectura.
También ese año llegó a Sucre una bella jovencita que alteró mis sentimientos, agraciada, simpática, coqueta y muy divertida. Me cautivó de sobremanera que tuve que olvidarme de las reglas de la que todavía era mi religión. Cómo reprimirme de atacarla con mis labios, mientras ella reía, diez minutos de besos eran segundos, caricias… y demás. Cuando uno es adolescente es divertido, misterioso y el colmo de placer, besar, que levante la mano el que diga que no. Y por cierto, deberíamos seguir haciéndolo después de treinta años de matrimonio.
La pelota que estaba algo olvidada recuperó vida en mis pies nuevamente, de eso es testigo Celendín. Invitaron al colegio a participar en el aniversario del Cortegana, colegio celendino, fue mi presentación en público…le ganamos por 7 a 1, cuatro de ellos míos. Celendín, que ya me conocía por predicar de casa en casa, no dejaba de insultarme diciéndome “Testículo de Jehová”.
Mi encuentro con la bohemia se debió a un ser muy especial, Moisés Sánchez Pereyra. Poeta, cuentista, anecdotario andante, cantante, chalán, torero, don Juan empedernido, lector asiduo, y un cosaco para la bebida. No fue difícil hacer amistad con él, su buena charla y su dedicación a la lectura nos acercó…el resto no es peliagudo saberlo.

Mi camino se desvió, no sé si para bien o mal, de lo que estoy seguro es que me siento bien conmigo mismo. Fui expulsado de la congregación, hasta el día de hoy cuando alguno de ellos sabe de mi destierro, se hacen de lado como si fuera un apestado. Los comprendo, pero qué se podía esperar de un adolescente inmaduro, algo alocado, inquieto y sobre todo, enamorado.

PD. Para mi es muy difícil escribir teniendo en las manos un libro, mi buen amigo Secundino Silva Urquía me ha hecho llegar buenos libros que estoy leyéndolos, para después legarlos a la juventud huauqueña, gracias amigo.

Elmer Rafael Castillo Díaz
DNI: 26731147
elmercastillo1@hotmail.com

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