LA ABUELITA
En casa siempre tuvimos más de una mascota. Aurora era la lora engreída de tía Eudosia, nos llamaba a comer todos los días desde su privilegiado lugar. A la entrada de la cocina estaba su estante, al entrar o salir de la cocina se lo veía estirar sus alas color verde, rojo y amarillo como desemperezándose. Siempre comiendo algo que la mayoría de la familia le daba, en especial choclos, pan y su jarrito de agua. “A comerrrrrr, Pepe, Coco, Aby…”, se conocía todos los nombres de la familia. A veces aburría, su voz chillona nos sacaba de cualquier lugar donde nos encontrábamos. Desde que tuve uso de razón ya estaba Aurora en mi vida, no sé a ciencia cierta qué sucedió con ella, de la noche a la mañana desapareció dejando un hondo vacío en la casa. Me acuerdo de ella porque a la hora de hacer el pan en el horno del patio, era la que más bulla hacía por el trajín que todos desempeñábamos. La escoba, las latas, el cesto para recoger el pan, el café, sus gritos acompañaban el concierto de hornear. ¿Qué habrá sido de ella?
Lo que nunca faltó en casa es el perro Pastor Alemán. Parece que los tíos tenían afición por esta raza, hasta el día de hoy hay uno. Gigantes, con el pelo marrón claro y la espalda oscura. Su mirada tierna al pedir la comida silenciosamente, sus gruñidos de alegría cuando llegábamos a casa y sobre todo, sus bravos ladridos cuando alguien extraño tocaba la puerta. De niños, no cuidaba, recuerdo que uno de nosotros, niños aún, salió a la calle corriendo, habían dejado la puerta abierta, Tarzán corrió como loco interponiéndose entre la calle y el primito travieso. La acción de Tarzán le salvó la vida, unos de esos loquitos del volante transitaba velozmente en su escarabajo con el tubo de escape sin silenciador. Pero Tarzán quedo tan maltratado y lesionado que al cabo de unos días murió por las heridas internas. Todos lloramos, como había bastante área verde en el corral lo enterramos ahí, le puse una cruz con dos maderas que encontré, rezándole una oración a Diosito para que se vaya al Cielo el fiel y buen amigo Tarzán.
Trajeron a Toby cachorro, como la comida no escaseaba se crió bien alimentado y con todas sus vacunas. El tío era muy aficionado y lo llevaba al veterinario a que le pongan sus vacunas contra la rabia, la triple y no sé qué más. Al perder a Tarzán y llegar Toby, los cuidados hacía éste eran por demás esmerados. Llegaron a permitirle dormir en los muebles. En lo que tenían especial cuidado era en no permitirle tener pulgas, pero sí se subían algunas cuando salía a la calle en busca de pareja. Venía lleno de estos animalitos, y los fregados éramos nosotros, el baño, su polvo para sus nuevos inquilinos. Doble baño, Toby con su tamaño nos bañaba a todos cuando se sacudía, para irse a revolcar en la tierra.
Nosotros también crecíamos, la adolescencia vino a nuestro encuentro. Las fiestitas, las primeras enamoradas, la moda, la pelota, el cine, los paseos, y, cómo no, también los gustos por los cigarrillos y los copetines. Todos lo hacían, no íbamos a ser la excepción.
El engreimiento de Toby llegaba a límites insospechados. No sólo estaban los muebles para recibir su inmenso cuerpo, en un descuido de la puerta de la habitación se acomodaba en la cama, llenando de pelos y pulgas las frazadas y la almohada. Y eso, Abelardo no lo permitía. Se veía a Toby salir disparado cuando lo encontraba en su cama, con aullidos lastimeros como pidiendo ayuda al tío. A punta de zapatazos lo corría escaleras abajo, pero Toby era muy intrépido y no se dejaba agarrar, se metía tras el horno y se escuchaba su respiración agitada muy bajito. Parecía que lo hacía adrede, porque al rato salía muy orondo y se ponía a hacer sus travesuras, morder los zapatos lanzados por Abelardo casi destrozándolos, esto le valía varios golpes más cuando el dueño de los chuzos lo encontraba, Toby estaba destinado a recibir golpes por juguetón.
Al frente de la casa vivía su eterno rival, un perro chusco que lo masacraba cuando Toby salía a pasearse. Tierno aún, el Chusquini como lo llamaban en casa al abusivo, no sabía defenderse, venía magullado y con varias heridas de guerra. La puerta de la casa era con varillas de fierro de tres metros de altura. Un buen día Chusquini paseaba orondo frente a la casa, Toby lo retaba tras las varillas. Chusquini se acercó a imponer su edad y su territorio, seguro pensaba que la casa también le pertenecía. En un instante Chusquini metió la cabeza por entre las varillas de fierro, fue su fin. Toby se desquitó de todas las majas que había recibido, la fiereza le salió por cada una de las heridas que le había propinado el vecino can. Chusquini lloraba de impotencia, no sabía cómo sacar la cabeza atracada y Toby no lo soltaba. El perro obediente, sumiso y educado se trasformó en una fiera, un balde de agua logró calmarlo y soltándolo a regañadientes se fue a ladrar victoria al lado de Aurora, quien sorprendida por los aullidos de triunfo se quedo muda. Fue la única vez que vimos a Toby convertirse en un verdadero animal furioso. Nunca más Chusquini se atrevió a acercársele y Toby llegó a ser el nuevo matón del barrio.
Cada cierto tiempo venía la abuelita a visitarnos. Menuda, pequeña y muy nerviosa por todo. Quisquillosa, lo que pedía, los tíos prestos se lo daban. Siempre estaba llamándoles la atención a los tíos. Que esto está mal, que los pisos estaban sucios, que Toby era un perro muy grande, que se desperdician las frutas, que los muchachos escuchan la música muy alto y Dios, ¡Qué música!, todo le apestaba a la abuela. Por eso era una alegría su llegada y su partida también, felizmente se quedaba solo un par de días. Vivía en la hacienda de los bisabuelos confortablemente y estaba al mando de varios campesinos, no le faltaba nada. Muy elegante, enjoyada, culta, venía con regalos para todos los sobrinos, por eso es que el primer día y las primeras horas todos revoloteaban a su alrededor. Pero después su carácter se volvía insoportable, hasta que llegaba la hora de la despedida y las jugosas propinas no nos la perdíamos y los gestos de cariño que le demostrábamos eran por demás elocuentes. Se iba refunfuñando, el polvo, los asientos, el chofer, los mosquitos, el empleado, el peso de lo que llevaba, era muy curiosa y simpática.
Un buen día llegó tarde, su camioneta se había enfangado y tuvieron que sacarla remolcada por un camión que se ofreció a sacarla del fango. Llegó muy nerviosa y cansada, así que se metió en el primer cuarto que encontró en su camino. El de Abelardo, quien había salido a tomarse unas copas y bailar un poco, como mayor de los primos tenía ciertas delicadezas.
Llegar tarde a casa los fines de semana con algunos tragos demás no estaba permitido, por eso al entrar se tenía que trepar por la ventana arriesgándose a romperse el alma con una caída. Sacarse los zapatos al llegar arriba y caminar en puntillas para no despertar a los tíos. Con los zapatos en la mano caminó hacía su cuarto, al llegar a él vio la puerta entreabierta y maldijo una y mil veces a Toby. En la oscuridad vio el bulto encima de su cama, recién mudada por la mañana. Con uno de los zapatos atacó a Toby diciéndole bajo, “perro e mierda, fuera carajo”.
El grito destemplado de la abuelita despertó a todo el vecindario. Todo el mundo saltó de sus camas. Encontramos a Abelardo muerto del susto, y pálido como una vela, no atinaba a nada, con los ojos y la boca abierta trataba de disculparse de mil maneras, pero no salía nada de su garganta. La abuela decía que querían matarla. Los tíos la calmaban. Los primos se mordían los labios para no matarse a carcajadas. Le traían agua de azahares a la abuela, nada calmaba su estado nervioso, reía, lloraba.
Llevaron a Abelardo al escritorio y se escuchó que lo reprendían de toda forma. Pobre Abelardo, sentí mucha pena por él, por la abuela también, pero quién la mandó a descansar en cuarto ajeno teniendo el suyo.
Elmer Castillo Díaz
1 comentario:
Jajajaja que buenaaaaa esa bubu se parece a la mía que to le huele nada le apesta ufffffff....pero son LINDAS!!!!!! besos excelente como siempre querido Elmer tenga su besazo muakkkkkkkkk ;)
Publicar un comentario