Perú

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10.9.10

Tierra del Mercurio, te recuerdo con cariño.


La Antuca (cuento corto)


En Huancavelica pude alquilar un cuarto en un hotelito humilde, el “Savoy”; la pequeña cama, un viejo velador y una destartalada mesa eran propiedad del hotel. El resto del cuarto estaba lleno de libros, los había por todos los lugares, en el suelo, encima del velador y la mesa, por debajo de la cama habían revistas de todo tipo: Caretas, Marka, Condoritos, Tonys, Zetas (fina cortesía de tío Carlos y Pepe Matos Raygada); cuando me retiré del cuartucho definitivamente, eran tres cajas de cartón de un conocido detergente llenos de libros que tuve que cargar, más que mi simple mochila con enseres personales. Algunas buenas prendas de vestir, varios pares de zapatos y el uniforme número 4 (de gala o ceremonia). Dos ceniceros que diariamente se llenaban de puchos de cigarrillos. Suficientes colonias y desodorantes. Una grabadora, infaltable, para las noches bohemias escuchando las cassettes de Iván Cruz, Camilo Sesto, Oscar Athie (cantante favorito de mi buen amigo Max, el de, “…flaco, ojeroso cansado y sin ilusiones…”). Pocos llegaban a ese rinconcito de Huancavelica, los recuerdo como si estuvieran entrando en estos momentos con su botella de ron; en nuestros francos: José Trelles, Max Lira, José Saldivar, muchas de las veces acompañados de lindas huancavelicanas, “cosa delicada”. ¡Qué noches y días, Dios!

Cuando se acababan los rones en la madrugada, no nos era difícil encontrar los “calientitos” en la esquina del hotel, hasta crédito teníamos en ese lugar. La Antonia era la emolientera (persona que vende emoliente), había muchas, más bonita que existía entre Sebastián Barranca y Manchego Muñoz; trabajaban en este menester toda la noche. Me había enamorado de ella platónicamente, hablaba el quechua perfectamente y le faltaba una pierna, pero eso no impedía que la quisiera. Nos conocimos por una copla carnavalesca celendina, “…dónde ese calzón blanco que te compré en Celendín, conmigo lo has estrenado con otro le diste fin…”, yo la saludaba, “Hola calzón blanco” y Antonia sonreía como una diosa y yo me enamoraba más de ella y su “calientito” (alcohol y té hervido ¿eh?). Siempre me prometía visitar el cuchitril, estaba a un paso, se me hubiera ido el enamoramiento al verla en mi aposento, yo estaba enamorado de la Antonia sentada en su silla tras su carrito emolientero, imbuida en su hermosa pollera y sus trenzas negras cayéndole sobre sus pechos, y, creo que lo sigo estando cuando la recuerdo.

¿Qué tiene que ver Antonia en esto? Bueno, “Por convenir al servicio” me destacaron por un mes a Julcani; Compañía de Minas de Buenaventura, propiedad de los Benavides, y con gran pena tuve que abandonar mi recinto. Un par de pantalones de vestir, tres camisas, buenas chompas, tres libritos y el uniforme, “...cuide bien el cuarto hotelero, regreso dentro de un mes…”, “…si jefe, no se preocupe…”. Julcani está en el distrito de Ccochaccasa, Provincia de Angaraes; a 64.kilómetros al SE de Huancavelica y a una altitud entre 4200 y 4600 msnm. Imagínense el frío que hace en ese lugarcito de nuestro Perú. Un mes de explosiones, gritos por las noches de los cerros aledaños invitándonos a rendirnos y plegarnos a la “Lucha armada”, borracheras y buen rancho (comida: cortesía de un Superintendente de la mina que dijo conocerme (no pongo admirarme por obvias razones) como jugador en el SIL, seguro que me conocía, el ingeniero es de Macas, a diez minutos a pie de Sucre), y de vuelta al barrio.

Pedí la llave al hotelero y subí a mi habitación. Era justo y necesario un buen descanso. Una sorpresa me detuvo en la puerta abierta del cuarto, los rústicos colgadores pendían vacíos; el rincón donde brillaban los zapatos por la lustrada…sólo el polvo característico de las huellas; mi colonia preferida, “Agua brava” (las demás eran chauchilla) no existía en su lugar; la grabadora que aún no terminaba de pagar se volvió invisible con cassettes incluidos. No podía ser cierto, ¿me habré equivocado de cuarto?, me pregunté. No, era mi desordenado cuarto, los libros estaban en el mismo lugar y los conocía a casi todos de memoria, con ellos dormía, sus personajes me acompañaban en mis sueños; ahí estaban, creo que no faltaba uno. Reí como un demente, ahora no podía creer que no se haya llevado los libros.

Al consultar con el hotelero dijo que había sido un familiar mío, incluso le presentó un documento y a tanta intransigencia le dio la llave, “…fue una noche nomás jefe”, “…pero suficiente esa noche, me ha levantado todo”. Para olvidarme de la pena de no tener mis cosas, sin ducharme, amargo, decepcionado, me dirigí a la esquina de los “calientitos” a ver a Antonia, quien con un mohín coqueto me hizo olvidar por unos segundos lo desplumado que me sentía. “…por qué estás triste “calzón blanco”, “me han robado Antuquita, me han dejado con lo que estoy puesto”, se lo dije con un quebranto demoledor, y, me sentía así. La Antonia lo sabía, “…ese ha sido el maloso del Aníbal, una madrugada salía con bastantes quipes (bultos), pero no pensaba que era de ti Elmersacha”, me dijo apenas abrí la boca para quejarme de mi desgracia. El coleguita este llevaba mi apellido y había salido cambiado a Piura, su tierra natal. Siempre le agradeceré el no llevarse los libros, gracias Aníbal donde estés.



Elmer Rafael Castillo Díaz
DNI: 26731147

1 comentario:

Patty dijo...

Ainssssssssss tio ya ves lo que pasa por confiar a veces en la gente????? ufffff.... estos cuentos y relatos tuyos me hacen relajarme, la verdad ultimamente estoy en un sinvivir de aqui paya de alla paqui ufffff y ni así bajo pero ni 100 put.... gramos grrrrr jajajaja....lindo tu relato Elmercitooooo.... te felicito un super beso muakkkkkkkkk