Perú

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12.12.17



Orígenes de la familia Castillo en Huánuco.

(Magistral disertación del doctor Ezequiel Castillo Savinovich)

Hace muchos años un inmigrante chino llegó con su bagaje de ropa, sueños e ilusiones a Panao, un pueblo pintoresco a orillas del Charamayo, en el departamento de Huánuco. En el camino dibujó en un papel la palabra de una flecha que indicaba el tránsito. Tránsito sería su nuevo nombre desde entonces. Le gustó tanto el verdor y  lo apacible del sitio que decidió quedarse, formó un hogar y el trabajo duro o el dinero que trajo del legendario oriente, asunto que no está claro, hizo de Don Transito un hombre con una cómoda posición económica hasta el punto de donar a su nuevo pueblo un convento y una capilla más parecida a una iglesia, decían los que me contaron. Era,  según dicen,  un hombre de carácter sereno, apacible y generoso que compartía lo que tenía con los habitantes, especialmente los niños.  
Cuándo, cómo y porqué cambió el apellido  Mu al españolizado Castillo, no se sabe. Al parecer era una costumbre de la época que africanos y orientales adoptaran el apellido de sus empleadores que en muchos casos los sometían  a la esclavitud. Estoy seguro que Carlos como el poeta Nicolás Guillen pensaría, si el bisabuelo fue esclavo, “que se avergüence el amo”.

Don Tránsito Castillo se casó con una Dama que apellidaba Negrón. De esa relación nacieron Ezequiel, Noé y Matilde. Noé posteriormente sacerdote católico, reconocido  en Huánuco por su vasta cultura, ignoró el celibato y tuvo varios hijos todos profesionales. Matilde, vistió los hábitos y actualmente se encuentra en la larga espera de la beatificación. Ezequiel Castillo Negrón, comerciante de éxito, contrajo nupcias con Doña Susana Cárdenas; de ese matrimonio nacen: Rafael Castillo Cárdenas, abuelo de Elmer; Amadeo;  Ezequiel, mi padre; Carlos y Lola. Amabila, la querida tía “Amacha”, la tía Lida y Ada también hijas del abuelo.

 Carlos Castillo Ríos,  hijo de Don Carlos Castillo Cárdenas y de Doña Zenaida Ríos tuvo como hermanas a Athala, Flor y Ada.

Estos son los orígenes de Carlos, Callo, como cariñosamente lo llamábamos. Marcus Garvey, figura emblemática de la tradición negra decía  “un pueblo sin el conocimiento de sus antecedentes, origen y cultura es como un árbol sin raíces”. Esto también puede ser aplicado a las personas. ¿Cuánto influyeron sus orígenes orientales, tema que le encantaba conversar y la cultura de sus ancestros  en la fortaleza de sus convicciones? Creo que mucho. Carlos era un hombre con raíces bien arraigadas que los fuertes vientos por los que le tocó recorrer no mecían el fuerte árbol.

Llegué a saber de él en mi adolescencia por los comentarios de mi familia, el primo que vivía en Europa. Qué lejano a nuestras aspiraciones parecía ese continente. Cuando llegué a conocerlo personalmente, mi admiración por él aumentó y se mantuvo en el tiempo. Sabía de sus estudios en La Sorbona de Paris y de la edición de sus primeros libros. Ese hombre sencillo, de palabra fácil, de sonrisa irónica pero franca, estaba allí. Narrador impenitente de anécdotas contaba de la amistad con el “Flaco Ribeyro” y otros grandes de la literatura latinoamericana. Guardo en mi poder una interesante y larga carta que le escribe Haya de La Torre en relación a una entrevista que le realiza Carlos en Europa, proporcionada por mi hermana Mercedes que entregaré a quien corresponda  con la finalidad de incrementar el acervo cultural de Castillo Ríos.

Políticamente fue un hombre sin partido pero de ideas claras sobre la desigualdad de los estratos sociales que  manifiesta en sus ensayos. Sufrió quince días de detención como presunto subversivo alojado en las peores condiciones. Obviamente salió liberado por su comprobada inocencia y fue otra de las múltiples experiencias de su vida.

Solo la muerte de su esposa, logró doblegarlo, paulatinamente. El fallecimiento de Katrin estaba dentro de lo inexplicable para él, pese a tener una grave enfermedad. Entre muchas personas, encontré esa noche del velorio  de Katrin a, Manuel Cisneros Milla, su leal amigo y a, Oswaldo Reynoso, recientemente fallecido, con quien, quién sabe,  estarán discutiendo si los milagros existen.
Pasando el tiempo los olvidos le fueron cercando hasta hacerse como nubes negras que no dejan ver el sol. Su muerte nos dolió doblemente, una por la lógica desaparición de un ser querido y por otro lado por la incomprensible indiferencia de medios como Caretas y El Comercio que no reconocieron el importante apoyo cultural que por años recibieron de Carlos.

Para terminar, no podemos obviar su descendencia. Carlos Castillo Priale, fue el primer hijo de Carlos. Él se encuentra en EEUU. Con  Katrin tuvo a, Fernando, que vive en Alemania y, Susana,  que se encuentra en esta sala.

Quiero agradecer a los organizadores de este evento  por la invitación para rendir  el justo homenaje a un peruano que aportó mucho a la cultura como escritor y periodista especialmente en la rama de la educación a favor de los niños del Perú.

E.C.S



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