Perú

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23.6.08

CHASCOSO


CHASCOSO

Habían quedado prendados, por esas cosas que la naturaleza brinda a los humanos, del ser más hermoso, simpático, alegre, gruñón, atrevido y un verdadero “pegapañales” que aún no cumplía el mes de haber nacido. Eso de la naturaleza, va acompañado por la siguiente explicación. Es sabido que el mejor amigo del hombre es el perro, últimamente estudios realizados aseguran que ese encantador animalito, se parece a su dueño en el carácter y es fácil comprobarlo, observe al perro de su vecino y verá las similitudes, válgame Dios. La madre, al conocerla, había salido a la calle a buscarse la comida, el de casa era tela. Era un completo espanto por los cuatro costados: flaca hasta los huesos, trompuda, orejas largas y caídas, sus sucias y colgantes mamas lastimeras contradecían el producto de sus genes. No hay cachorro más bonito que el de progenitores chuscos, ¿pasará igual con nosotros los humanos? De ese pequeño engendro lleno de pulgas se habían enamorado los amigos.
El nuevo miembro de la familia fue homenajeado con buena comida y su respectivo alargado, peligroso brindis. Chascoso era el nombre de pila con el cual lo bautizaron luego de una acalorada discusión, resultado de las espirituosas, por que el otro padre putativo quería que se llamara “Bonito”, las consecuencias iban a ser funestas con el tiempo si persistía la propuesta. La dueña de Chascoso muy gentil les recordó que el perito mas alhajita les había guardado para ellos, recomendándoles con voz triste y plañidera, “qué cuidado lo mataran de hambre o de frío”, dos cosas que sobraban el Huancavelica.
Los padres adoptivos, de tan hermoso y halagado animal, eran dos guardias civiles. Chascoso de la noche a la mañana se convirtió en un pequeño perro policía. Todo el personal lo engreía resbaladizamente, y con todos se hacía querer. En el desayuno, almuerzo, merienda y algunos entremeses, a Chascoso se lo divisaba con algo entre el hocico, royendo, triturando y satisfaciéndose debajo de las mesas del pequeño comedor. En la comisaría pernoctaban y pensionaban la mayor parte del grueso antisubversivo. Pero como el más fiel de los animales, a l engreído se lo veía hasta en las penumbras de las discotecas, cines, bares, o en la puerta de algún cuartucho de un hotel esperando a sus amos. Si no estaba con los dos, con alguno de ellos andaba. Sólo se separaba a la hora de las comidas, y se aparecía remoloneando, campante y satisfecho. Los acompañaba en los servicios de amanecida a sus dueños, abrigándoles los pies helados en las noches casi glaciares de la Ciudad de Mercurio.
Conforme crecía, se iba transformando en la viva imagen de su madre, ya por entonces vieja y achacosa. Ni eso cambio la actitud condescendiente de sus amos y amigos, seguían estimándolo como el primer día, el amor es ciego. Cuando Chascoso era bebé se jactaban que era descendiente de un fino Pastor Alemán, pero ahora la realidad le daba los atributos de un chusco fino. Siempre alerta, una de sus orejas lo movía en dirección al peligro lejano. Distinguía a lo lejos el uniforme verde y por ende al amigo. Su nariz era un verdadero adoquín, y, como buen cachorro olfateaba al inoportuno con ladridos chavalillos, pero decididos, poniendo en alerta al dormilón.
Por esas benditas cosas del servicio, los amigos fueron cambiados a una de las zonas más inhóspitas, mucha más fría que la Villarrica de Oropesa. Pilpichaca, distrito de la provincia de Huaytará, ubicada a 4605msnm, solitaria, sufrida y triste, esperaba a tan nómadas visitantes. El frío hacía castañear los dientes con miedo a perderlos o quebrarlos.
Chascoso fiel compañero iba conociendo lugares que nunca imaginó, ni en sus peores pesadillas. Un sargento más borracho que una cuba les dio la bienvenida, junto al vigilante de puertas, un guardia que estaba más abrigado que un esquimal y sus movimientos eran torpes, los saludo con un “hola” a secas. Durante tres días vieron solo al vigilante de puertas y al sargento que a duras penas lograba llegar para tirarse en cualquier cama a roncar. Un desastre estaba a portas de ocurrir, los amigos y Chascoso experimentados en ciertas escaramuzas con Sendero, vieron la fragilidad y la facilidad con que los “enemigos” podían dañar al Puesto, no les quedo otra que acompañar al colega de servicio, con una buena botella de calientito, (alcohol, azúcar, yerbitas del campo y agua hervida: manjar de dioses para el frío). Como era garita de control, la emolientera se estacionaba a las seis de la tarde a pocos metros de la delegación. Un primus negro del hollín y viejo, acompañaba a la carreta. La señora llevaba unas polleras, que junto al viejo primus permanecían hirviendo por debajo y Chascoso con sus travesuras paliaban el helado ambiente. Por el día dormían a pierna suelta, siempre había dos o tres uniformados y eso les daba cierta seguridad. Pero volvamos a nuestro personaje, que a veces duele desviarse.
Hasta las siete de la mañana era imposible asearse, el agua no salía del caño por que se encontraba congelada. Los depósitos de agua mantenían una gruesa nata de cristales transparentes. Haraganeaban los tres amigos, mientras los tímidos rayos de sol llegaban a sus rostros con tibia dulzura. Los sagrados alimentos o la pensión, esperaba a veinte minutos de camino. En el pueblo nadie quería comprometerse a semejante disyuntiva. Jacinto atendía a los comensales hambrientos, “¿bistec de res o de paco?”, “tres de paco a cada uno”, (el “paco” es la llama) les salía conveniente, era el precio de uno de res; y remataba con la misma pregunta tonta: “¿qué gaseosa van a tomar? Teniendo en sus anaqueles solo de una embotelladora. Chascoso esperaba resignado su ración en un rincón echado, con la trompa entre sus patas y sus ojos tristones miraba disimuladamente la benevolencia de sus viejos y buenos amigos. A su edad ya no molestaba a los amos mientras saciaban el hambre, por temor a ser reprendido drásticamente y el pan y agua no le gustaba para nada. Pero ahora en ese friolento pueblo lo veía negras, sólo eran dos los que se encargaban de su filo, añoraba Huancavelica por la abundancia, a veces salía subrepticiamente para luego escucharse las quejas de Jacinto y los consiguientes gemidos lastimeros y gruñones de Chascoso al birlarle algunos tajadas de carne, desde su lóbrega cocina. Fueron esos tiempos donde se construía la carretera “Los libertadores”, de un momento a otro la pequeña pensión de Jacinto se vio inundada de comensales, duros trabajadores de la inmensa obra, acostumbrados al recio frío y con el alma caritativa para con Chascoso.
Cuando a la jama iban temprano, el engreído patinaba en las gruesas capas de hielo, divirtiéndose y divirtiendo con los malabares casuales a sus acompañantes. Pasadas las nueve, cuando el sol ya abrigaba los pequeños pantanos de hielo, Chascoso pretendiendo demostrar su alegría para el beneplácito de los amigos, patinaba unos cuantos metros y se hundía saliendo temblando por lo helada del agua. Corría como un loco de un lado a otro, sacudiéndose lejos de los uniformados pues ya había recibido sus buenos puntapiés por hacerlo cerca.
Uno de sus hobbys favoritos era corretear a los carros, como todo perro, sea cual fuera el cilindraje o el tamaño. Cuando regresaba de estos ataques paroxísticos, volvía gringo por el polvo, cansado y tembloroso. Se refrescaba con abundante y gélido líquido elemento, y si su buena o mala suerte le acompañaba, apenas volvía ya otro vehículo pasaba a velocidad y él tras el, no tenía descanso cuando el día era vehicular.
No iba a ser el último lugar que conocería Chascoso. La superioridad con el afán de proteger y salvaguardar la integridad del personal, con los datos por parte del servicio de inteligencia que a la letra decía: Pilpichaca es un objetivo demasiado fácil para las malsanas acciones de las huestes de Sendero. El personal completo con documentación y todo se replegó a la comisaría de Castrovirreyna. Fue la primera vez que se pudieron conocer todos los efectivos, cuando menos doce, fuera del sargento y otro clase al que nunca vieron durante los tres meses y picos que estaban allí. Después de ese tiempo se enteraban que los guardias hacían su servicio y se marchaban a sus pueblos, para volver luego de diez días, ¡qué buena concha! El sargento no se movía del pueblo, por que era de ahí. Éste, los dos amigos y Chascoso, eran los únicos tontos que se encaraban a la muerte de la cuarta espada del comunismo y gracias al comando salieron bien librados de tan peligrosa circunstancia.
Castrovirreyna con su gran laguna Choclococha, fría y llena de truchas, la comisaría llena de colegas a discreción, buen armamento, luz, agua, tres restaurantes, ambientes abrigados y muchas traiciones, nos recibió. Mujeres exquisitas, tímidas, de buen talante y verbo florido.
Calles peligrosas para Chascoso, demasiadas angostas para el frenesí de corretear carros, varias veces escapó de la parca, por su velocidad y reacción juvenil. A Castrovirreyna llegó algo viejo, dos años y meses llevaba sobre sus hombros todavía erguidos y orgullosos, sus fauces seguían triturando los huesos con avidez, muy requerido por sus congeneres femeninas para eternizar su estirpe. Dormitaba cansado siempre a los píes de uno de sus amos, tal vez para escuchar historias de sitios lejanos, o recibir caricias en la cabeza o la nariz adoquinera. Los perros de la vecindad lo respetaban, qué otra vida podía pedir.
Un día triste, nublado, cerca al mediodía, Chascoso salió disparado tras un “Ormeño”, le gustaba jugar con la muerte, iba ladrando muy cerca de las inmensas gomas traseras, corría enajenado, como queriendo morder a la muerte. Ya corría media cuadra en forma riesgosa e inútil, el chofer daba la vuelta a la plazoleta sin prestarle atención, y, seguro ni enterado que el valiente estaba cerca de sus ruedas. Chascoso escapaba de las ruedas cual torero, para echarse nuevamente a la caza, tomando impulso con sus fuertes patas y su esbelto cuerpo, saliendo raudo por la parte contraria, y ¡Oh sorpresa!, un camión cargado de verduras en sentido contrario se le echó encima. Ni su agilidad casi felina y su experiencia pudieron salvarlo de las ruedas delanteras. Un desgarrador aullido sacudió los sentimientos y recuerdos de los amigos. Un charco de sangre alborotada, mezclada con pelos y sesos tiñó de tinte extraño el pavimento. Como autoridades pidieron de buena manera al conductor que se hiciera cargo de los gastos del entierro. Fue un buen motivo para que se bebiera unas copas de más, hasta el jefe, un capitán introvertido, acompañó a los dolientes con un brindis por el deceso de Chascoso. QDDG Y EPD. Varias salvas al aire se escucharon esa noche, y también en la madrugada, el llanto franco y sincero de los dos amigos despedía así al buen compañero en Castrovirreyna. Adiós amigo y compañero de una y mil aventuras, en esas gélidas y tristes tierras, pero que con su generosidad y calidez de sus pobladores, así como las bondades culinarias de sus damas, hacen que estas tierras sean tibias y dignas de visitarlas, admirarlas, y por qué no recordarlas con afecto y más aún si hay un amigo enterrado en ellas.





Elmer Castillo Díaz, (Castrovirreyna 19 de octubre de 1984)