WITOTADAS
Mi amigo Max:
Es muy cierto, a los amigos tenemos
que quererlos, estimarlos, amarlos y respetarlos con sus virtudes y defectos,
por siempre…el que se retira y despotrica a tu espalda nunca fue tu amigo y es
mejor que se haya ido. Definitivamente, a los verdaderos amigos los conocemos
en la adversidad y ¿por qué no?, en la bonanza. En la adversidad, que pesa más,
los amigos se desnudan mentalmente, entregan
alma, corazón y vida. Cuando se pasa hambre y lo único que se come
son las palabras del otro; con el que
encerrados en una fétida mazmorra soñando sueños despiertos; con el que noches
enteras mirabas las estrellas cercanas que casi podías tocarlas, a 4,990
m.s.n.m. y nos preguntábamos, ¿cuándo nos vamos de acá?;... pocos, pero siguen
ahí. Son aquellos a quienes les das un abrazo gigantesco o un fuerte apretón de
manos con toda la sinceridad del mundo.
Con Max nos conocimos allá en
Huancavelica el año 1983, dos perfectos desastres como guardias civiles. Nos
metíamos en innumerables problemas, tontos, con la superioridad, que
resultamos, por esos gajes del oficio, en el peor puesto policial a donde
llegaban “las joyitas de la institución”. Pilpichaca y para variar, junto a
nosotros también llegó José, sin duda alguna, un buen trío. Todo el mundo sabía
que Sendero luminoso estaba en las inmediaciones y cualquier día íbamos a ser
presa fácil de sus “consignas” revolucionarias. Al parecer, eso era lo último
que les preocupaba, seguían llevando una vida bohemia, pensando que tal vez
borrachos no les iban a tener miedo a
los cobardes que atacaban en la oscuridad y por las espaldas. Eso era, seguro
que si. El 95% del personal policial libaba bebidas espirituosas cual esponjas
sedientas, cada quien con su grupo y en el mío estaba Max y José.
Los días jueves había una feria en la
comunidad de Licapa, zona liberada por Sendero. Ese día nos levantábamos más
temprano, nos emperifollábamos más que de costumbre y si había por ahí un poco
de colonia, mejor. Chascoso era el cuarto acompañante, perro fiel, atrevido,
pega pañales y gran avizor de los peligros oscuros. Después de todo un día de
copetines regresábamos de Licapa en la tolva de un camión. La rencilla lo
ocasionó José, pues comenzó a disparar a diestra y siniestra a los auquénidos
que pasteaban su ichu (pasto de las alturas). Max le increpó tal actitud y
accionar, a lo que José sacó un tema que le dolía al romántico de Max. En un
arranque de cólera, Max le apuntó con su MGP, pistola ametralladora de la
Marina de Guerra del Perú, más conocida como “chisguete” por el cañón que se
doblaba después de algunos disparos; y soltó el tiro. Debajo del hombro de José
brillaba una chispa roja en la chompa negra y a la vez humeaba. Asustados, más
el que recibió el disparo, se insultaban el uno al otro, más José, Max estaba
lívido y balbuceaba incoherencias inentendibles. Te mato huevón, esto no se
queda así. Esperen un momento, porque no se sacan la mierda como hombres, no me
vengan con pistolitas, así no se sabe quién es quién, ¡desahuevense carajo! Los
dos se quitaron el arma de la bandolera y esperamos que el camión se detuviera
en Jacinto, dueño de la pensión, que estaba cerca.
Mientras seguían los insultos y
algunos manazos en la oscuridad, retiré las ánimas, o sea el cañón, y puse la
envoltura que sirve de enfriamiento y se las entregué. Una vez abajo, José
esperó que Max bajara del vehículo y cuando él bajó, el ojo del cañón estaba en
la espalda de Max. Al darse vuelta sonó el disparo, "Elmercito yo vi la bala que
venía hacía mi, acá quedé, que manera más ridícula de morir, me dije", me decía
Max. "Lo raro es que esa bala hacía una parábola y caía, aproveché esa ventaja y
también le disparé, igual sucedía con la mía, no llegaban ni a cinco
centímetros e iba a caer a nuestros borceguís
la bala". Seguía contándome Max. Los minutos siguientes fueron de
tensión, nadie quería acercarse a nosotros, éramos los parias, los
incorregibles…”qué se maten esos tarados”, seguramente pensaban.
Por las noches, como no habíamos
llevado frazadas, nos acercábamos a la emolientera (vendedora de emolientes)
para que nos abriguemos a lado de su Primus (calentador o quemador para cocinar
a kerosene) y de ella, que llevaba unas polleras que entibiaba nuestras noches
casi gélidas. Conversador infatigable, las anécdotas fluían y siguen fluyendo
cada vez que nos encontramos, los abrazos son interminables, él siguió en la
Institución hasta hace unos meses que salió al retiro. Tengo cientos de
recuerdos imborrables y mi amistad con Max seguirá latente mientras la vida nos
quiera tener vivos y sé que será por un buen tiempo más. Mientras tanto,
sigamos viviendo y brindando mi querido Max, porque debe haber alguna razón por
la cual aún respiramos.
Salud amigo.
Wito…
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