Perú

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5.2.14

Simplemente, humanos.








WITOTADAS

Hace poco en un programa de televisión, mostraban con una cámara escondida, los arrebatos pecaminosos, casi delincuenciales, de los parroquianos en circunstancias que hasta el mismo cardenal Cipriani, volteaba la vista ante semejante atributos. Este programa había contratado una despampanante modelo para que se paseara por el centro de Lima en “ropas” (si se le podría llamar ropa) más que sugerentes. O sea, como dicen los jóvenes, “se la veía hasta el hígado”. Ella muy campante, cadenciosa, sensual…mejor dicho, de infarto. Los viejitos resucitaban, doblemente, de lo aletargados que estaban a la espera de algún cliente para sus solitarios negocios. 


Nadie se imagina que alguien lo está grabando y pues, al pasar semejante monumento, enseñando casi todo, uno se manda de hocico y le dice las palabras que más se aproximan a lo que esta viendo, toscamente por supuesto. Por ejemplo, palabras de los ciudadanos: “…qué abusiva eres mamacita”, “…me separo de la vieja de mi mujer y te llevo al paraíso”, “a la mierda, qué rica que estás eres un hembrón”…no sigo, porque ya se podrán imaginar lo bien y suculentamente despachada que estaba la dama en mención. Claro, ella no sonreía gestualmente a los piropos, no lo necesitaba, todo su cuerpo estallaba en carcajadas de pasión, cuando con un mohín de disgusto se retiraba, Dios, ahí si que podría infartar a muchos de la Tercera edad.


Bueno, la cosa es que después de tres minutos se presentaba el reportero con la susodicha, ante un boquiabierto piropeador. Usted sabe señor, que las palabras que le ha dicho a la señorita está tipificado como acoso y que tiene pena privativa de la libertad. Y le enseñaban la grabación.  Y de dónde salió la palabrita “acoso”, por decirle que está buenaza, puedo irme a la cárcel, ¿está loco señor reportero? El reportero le ponía un libro, seguramente de leyes, casi en las narices. Nadie tiene derecho a molestar a una persona por cómo se viste, usted tiene hermanas, hijas, sobrinas…no le gustaría que a ellas la molestaran ni les dijeran palabras como la que usted ha dicho. 


No soy un pervertido, tampoco un pacato de los que se golpea el pecho. No recuerdo cuándo fue la última vez que me confesé, ni la última que entendí qué decía el cura en una misa. Cuando veo a una mujer desconocida, vestida recatadamente, con la sonrisa que  saben  lo que tiene, con esas curvas que sólo podemos imaginar debajo del recato, le dedico un “mis respetos señora”. Si esa misma mujer pasa por mi delante con minifalda y un escote prodigiosos, le diré, “Dios míoooooo, todavía no me lleves”, mirándola con licencia (que ella me lo da), no cerraré los ojos, sería imposible. Hasta el mismo reportero, quien haciéndose el moral, de vez en cuando se daba segundos para recorrer con su vista los, agraciados, coquetos y portentosos senos de la modelo. Por favor.



                                                                                                                                                               Wito…

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