WITOTADAS
Hace poco en un programa de
televisión, mostraban con una cámara escondida, los arrebatos pecaminosos, casi
delincuenciales, de los parroquianos en circunstancias que hasta el mismo
cardenal Cipriani, volteaba la vista ante semejante atributos. Este programa
había contratado una despampanante modelo para que se paseara por el centro de
Lima en “ropas” (si se le podría llamar ropa) más que sugerentes. O sea, como
dicen los jóvenes, “se la veía hasta el hígado”. Ella muy campante, cadenciosa,
sensual…mejor dicho, de infarto. Los viejitos resucitaban, doblemente, de lo
aletargados que estaban a la espera de algún cliente para sus solitarios
negocios.
Nadie se imagina que alguien lo
está grabando y pues, al pasar semejante monumento, enseñando casi todo, uno se
manda de hocico y le dice las palabras que más se aproximan a lo que esta
viendo, toscamente por supuesto. Por ejemplo, palabras de los ciudadanos: “…qué
abusiva eres mamacita”, “…me separo de la vieja de mi mujer y te llevo al
paraíso”, “a la mierda, qué rica que estás eres un hembrón”…no sigo, porque ya
se podrán imaginar lo bien y suculentamente despachada que estaba la dama en
mención. Claro, ella no sonreía gestualmente a los piropos, no lo necesitaba,
todo su cuerpo estallaba en carcajadas de pasión, cuando con un mohín de
disgusto se retiraba, Dios, ahí si que podría infartar a muchos de la Tercera
edad.
Bueno, la cosa es que después de
tres minutos se presentaba el reportero con la susodicha, ante un boquiabierto
piropeador. Usted sabe señor, que las palabras que le ha dicho a la señorita
está tipificado como acoso y que tiene pena privativa de la libertad. Y le
enseñaban la grabación. Y de dónde salió
la palabrita “acoso”, por decirle que está buenaza, puedo irme a la cárcel,
¿está loco señor reportero? El reportero le ponía un libro, seguramente de
leyes, casi en las narices. Nadie tiene derecho a molestar a una persona por
cómo se viste, usted tiene hermanas, hijas, sobrinas…no le gustaría que a ellas
la molestaran ni les dijeran palabras como la que usted ha dicho.
No soy un pervertido, tampoco un
pacato de los que se golpea el pecho. No recuerdo cuándo fue la última vez que
me confesé, ni la última que entendí qué decía el cura en una misa. Cuando veo
a una mujer desconocida, vestida recatadamente, con la sonrisa que saben
lo que tiene, con esas curvas que sólo podemos imaginar debajo del
recato, le dedico un “mis respetos señora”. Si esa misma mujer pasa por mi
delante con minifalda y un escote prodigiosos, le diré, “Dios míoooooo, todavía
no me lleves”, mirándola con licencia (que ella me lo da), no cerraré los ojos,
sería imposible. Hasta el mismo reportero, quien haciéndose el moral, de vez en
cuando se daba segundos para recorrer con su vista los, agraciados, coquetos y
portentosos senos de la modelo. Por favor.
Wito…
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