Carlos Castillo Ríos,
al Maestro con cariño.
A lo largo de nuestra
corta existencia las vivencias pasadas le dan vida a nuestros recuerdos y sin
duda, la niñez y la adolescencia, son las que mejor llegan a nuestras memorias.
Bellos tiempos. Éramos felices hasta en nuestra rebeldía imberbe, no importaba
o no entendíamos lo que los adultos querían de nosotros. Cabalgábamos
desenfrenados, retando a la muerte cada día, viviendo nuestra aventura
adolescente, mi padre había partido y no interesaba nada. Copetines,
cigarrillos, una pelota, un libro, la luna cómplice, porros, una ratona
soñadora y, qué más podríamos pedirle al mundo. En esa vorágine de mi vida
adolescente llegué a conocer a Carlos Castillo Ríos. Los libros que leía en ese
tiempo vinieron de él, muchos.
Me gustaba estar a su
lado, su buen humor, fino y de clase, alegraba mi vida. Quería mucho a mi
padre, Elías Joaquín, era reciproco el sentimiento. Siempre estaba contándonos
una anécdota con la ironía característica en él. Cariñoso con los niños, por
eso tienen, hasta hoy, una maravillosa relación con Sebastián, su nieto. “Y
abuelo, qué tal, qué dice la vida”, el abuelo perdido entre las brumas del
Alzheimer, le sonrió. Qué bello gesto, una sonrisa de la vida.
Pese a que su
pensamiento siempre fue en contra la Derecha peruana, tenía respeto por Vargas
Llosa y, no mucho por sus cuentos, sino, por sus ensayos. Hace muchos años,
saliendo de una reunión del Colegio Peruano Alemán, Alexander Von Humboldt,
donde estudiaron sus hijos, Mario se acercó a saludarlo y recuerdo que le
preguntó, “…sigues escribiendo Pan y circo Carlos?...”.
Se recibió como Doctor
en Educación, en la Universidad Mayor de San Marcos, el 22 de octubre de 1959,
dos días antes que yo nazca. Viajó a estudiar a La Sorbona, Paris, a especializarse
en educación de niños y jóvenes con problemas. Por esos años una gran bandada
de intelectuales hizo lo mismo, Paris, por su encanto bohemio y el orgullo de
la Sorbona. “Sobrino, yo pasaba todos los días por la Torre Eiffel y puedes
creerme que no tengo una foto ahí, siempre me decía, el sábado salimos a
tomarnos una foto, el Flaco (Julio Ramón Ribeyro) tiene cámara, pero sólo
quedaba en eso, en palabras”. “Ese Flaco escribía lindo, bohemio encantador…lo
que no pasa con el Gordo Oswaldo, mi amigo (se refería a Oswaldo Reynoso), siempre me
traía sus cuentos en manuscritos para que los lea y le de mi opinión, cuando
venía a recogerlos, yo a veces ni los
había tocado, le decía, “… están buenazos Gordo, tienes que publicarlos” y el
Gordo se iba feliz de la vida, buena gente el gordo, simpático, bohemio, estuvo
también por la China…”, seguía narrándome.
Uno de sus más grandes
deseos, aún lúcido, era ir a vivir a su hermosa tierra, Huánuco. Quería
sentarse, a cualquier hora (por su clima maravilloso), en la Plaza de armas con sus primos Rafa y Vladico
(Rafael y Vladimir Castillo, primos hermanos del tío Carlos), escuchar el
tonito huanuqueño y reír de las ocurrencias de los amigos. Se sentía
angustiado, no podía escribir y leer, el Alzheimer lo estaba atrapando de a
pocos. Lo que nunca perdió fue el maravilloso buen humor, estaba en su
personalidad, innato en él. Llegaba con una torta y una botella de vino a la
casa de tía Athala, su hermana, y nos decía, “…acabo de hacer la torta con mis
propias manos por la llegada de mi sobrino, me disculparás si me ha salido un
poco mal…”. La torta era de una de las panaderías exclusivas de Surco. Tía
Athala contaba, en su presencia, que el doctor que la estaba atendiendo era
encantador, “…hermana -le dijo- a tu edad todos los hombres son encantadores”,
tía estaba bordeando los 80 años. Tía Athala y tía Flor, hermanas, siempre se
ufanaban de llevar puestas ropa cara y de marca compradas en Europa, “…como si
no las conociera, son más cachineras (Cachina, lugar donde se venden cosas
baratas, bazar suelo hasta para los gustos más exigentes, como un Mercado de
pulgas)”, seguía diciendo el tío.
“Elmer, antes que
vayamos a ver a mi papá, te quiero prevenir algo, no lo vas a reconocer, está
flaquito, no puede hablar, seguro que vas a tener mucha pena…”. Quería verlo,
no me importaba, quería decirle adiós. Es cierto, está acabado, perdido en si
mismo, pero seguía siendo él, sus ojos expresivos y bondadosos estaban ahí
mirándonos, no sentí pena alguna, sentí orgullo de ser su sobrino y amigo,
sentí mucho cariño. Lo sentí entero aún, más cuando sonrío a Sebastián, con esa
sonrisa franca y sincera y me olvidé de sus achaques, para decirle entre mí,
Gracias tío por existir.
Ahora que está sumido
en una dulce oscuridad, sus familiares más cercanos no desean que tenga visitas
debido a su estado, ellos quieren que lo recuerden como lo conocieron y tienen
mucha razón, comparto esta reserva.
Wito…
7 comentarios:
Buena narración para contar una particular historia. Genial.
Hola Elmer, gracias por tan lindo artículo y tu cariño por mi papá. Estoy seguro que el sentía el mismo cariño por ti. Fue lindo verte, un abrazo
Susana
Elmer
He leído con detenimiento tu artículo y me agrada, hay sobriedad, lucidez y coherencia.Definitivamente
eso es lo tuyo, la literatura. Como futbolista regularon y además calentabas la "banca" en el "monumental" de Horacio Zeballos. La corta semblanza del maestro -insigne además- Carlos Castillo Ríos es muy pertinente. Felicitaciones, un abrazo. Elfer
lindo recuerdo mi veshe saludos
gracias Elmer por tocar algo del Maestro, su fino humor y su profundo análisis de la Sociedad Educativa, todavía perduran en mi sobre las clases que nos daba en San Marcos.
Cancio Espinoza R
Cada mañana ingreso a buscar alguna información del maestro Carlos Castillo Ríos, y es muy poca la información que uno puede encontrar, al tocarme con estas palabras, me traslado a aquellos días en que el profesor pasaba sus últimos días, hoy nosotros tenemos el compromiso de seguir dando a conocer sus obras literarias. Gracias Elmer por escribir sobre el maestro.
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