Perú

Perú

19.7.13

Carlos Castillo Ríos



Carlos Castillo Ríos, al Maestro con cariño.


A lo largo de nuestra corta existencia las vivencias pasadas le dan vida a nuestros recuerdos y sin duda, la niñez y la adolescencia, son las que mejor llegan a nuestras memorias. Bellos tiempos. Éramos felices hasta en nuestra rebeldía imberbe, no importaba o no entendíamos lo que los adultos querían de nosotros. Cabalgábamos desenfrenados, retando a la muerte cada día, viviendo nuestra aventura adolescente, mi padre había partido y no interesaba nada. Copetines, cigarrillos, una pelota, un libro, la luna cómplice, porros, una ratona soñadora y, qué más podríamos pedirle al mundo. En esa vorágine de mi vida adolescente llegué a conocer a Carlos Castillo Ríos. Los libros que leía en ese tiempo vinieron de él, muchos.


Me gustaba estar a su lado, su buen humor, fino y de clase, alegraba mi vida. Quería mucho a mi padre, Elías Joaquín, era reciproco el sentimiento. Siempre estaba contándonos una anécdota con la ironía característica en él. Cariñoso con los niños, por eso tienen, hasta hoy, una maravillosa relación con Sebastián, su nieto. “Y abuelo, qué tal, qué dice la vida”, el abuelo perdido entre las brumas del Alzheimer, le sonrió. Qué bello gesto, una sonrisa de la vida. 


Pese a que su pensamiento siempre fue en contra la Derecha peruana, tenía respeto por Vargas Llosa y, no mucho por sus cuentos, sino, por sus ensayos. Hace muchos años, saliendo de una reunión del Colegio Peruano Alemán, Alexander Von Humboldt, donde estudiaron sus hijos, Mario se acercó a saludarlo y recuerdo que le preguntó, “…sigues escribiendo Pan y circo Carlos?...”. 

Se recibió como Doctor en Educación, en la Universidad Mayor de San Marcos, el 22 de octubre de 1959, dos días antes que yo nazca. Viajó a estudiar a La Sorbona, Paris, a especializarse en educación de niños y jóvenes con problemas. Por esos años una gran bandada de intelectuales hizo lo mismo, Paris, por su encanto bohemio y el orgullo de la Sorbona. “Sobrino, yo pasaba todos los días por la Torre Eiffel y puedes creerme que no tengo una foto ahí, siempre me decía, el sábado salimos a tomarnos una foto, el Flaco (Julio Ramón Ribeyro) tiene cámara, pero sólo quedaba en eso, en palabras”. “Ese Flaco escribía lindo, bohemio encantador…lo que no pasa con el Gordo Oswaldo, mi amigo (se refería a Oswaldo Reynoso), siempre me traía sus cuentos en manuscritos para que los lea y le de mi opinión, cuando venía a recogerlos,  yo a veces ni los había tocado, le decía, “… están buenazos Gordo, tienes que publicarlos” y el Gordo se iba feliz de la vida, buena gente el gordo, simpático, bohemio, estuvo también por la China…”, seguía narrándome.


Uno de sus más grandes deseos, aún lúcido, era ir a vivir a su hermosa tierra, Huánuco. Quería sentarse, a cualquier hora (por su clima maravilloso), en la Plaza de armas con sus primos Rafa y Vladico (Rafael y Vladimir Castillo, primos hermanos del tío Carlos), escuchar el tonito huanuqueño y reír de las ocurrencias de los amigos. Se sentía angustiado, no podía escribir y leer, el Alzheimer lo estaba atrapando de a pocos. Lo que nunca perdió fue el maravilloso buen humor, estaba en su personalidad, innato en él. Llegaba con una torta y una botella de vino a la casa de tía Athala, su hermana, y nos decía, “…acabo de hacer la torta con mis propias manos por la llegada de mi sobrino, me disculparás si me ha salido un poco mal…”. La torta era de una de las panaderías exclusivas de Surco. Tía Athala contaba, en su presencia, que el doctor que la estaba atendiendo era encantador, “…hermana -le dijo- a tu edad todos los hombres son encantadores”, tía estaba bordeando los 80 años. Tía Athala y tía Flor, hermanas, siempre se ufanaban de llevar puestas ropa cara y de marca compradas en Europa, “…como si no las conociera, son más cachineras (Cachina, lugar donde se venden cosas baratas, bazar suelo hasta para los gustos más exigentes, como un Mercado de pulgas)”, seguía diciendo el tío.

“Elmer, antes que vayamos a ver a mi papá, te quiero prevenir algo, no lo vas a reconocer, está flaquito, no puede hablar, seguro que vas a tener mucha pena…”. Quería verlo, no me importaba, quería decirle adiós. Es cierto, está acabado, perdido en si mismo, pero seguía siendo él, sus ojos expresivos y bondadosos estaban ahí mirándonos, no sentí pena alguna, sentí orgullo de ser su sobrino y amigo, sentí mucho cariño. Lo sentí entero aún, más cuando sonrío a Sebastián, con esa sonrisa franca y sincera y me olvidé de sus achaques, para decirle entre mí, Gracias tío por existir.

Ahora que está sumido en una dulce oscuridad, sus familiares más cercanos no desean que tenga visitas debido a su estado, ellos quieren que lo recuerden como lo conocieron y tienen mucha razón, comparto esta reserva. 




                                                                                                                            Wito…

7 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Buena narración para contar una particular historia. Genial.

Anónimo dijo...

Hola Elmer, gracias por tan lindo artículo y tu cariño por mi papá. Estoy seguro que el sentía el mismo cariño por ti. Fue lindo verte, un abrazo
Susana

Anónimo dijo...

Elmer
He leído con detenimiento tu artículo y me agrada, hay sobriedad, lucidez y coherencia.Definitivamente
eso es lo tuyo, la literatura. Como futbolista regularon y además calentabas la "banca" en el "monumental" de Horacio Zeballos. La corta semblanza del maestro -insigne además- Carlos Castillo Ríos es muy pertinente. Felicitaciones, un abrazo. Elfer

luis dijo...

lindo recuerdo mi veshe saludos

CANCIO ESPINOZA dijo...

gracias Elmer por tocar algo del Maestro, su fino humor y su profundo análisis de la Sociedad Educativa, todavía perduran en mi sobre las clases que nos daba en San Marcos.
Cancio Espinoza R

MARCO ESPINOZA dijo...

Cada mañana ingreso a buscar alguna información del maestro Carlos Castillo Ríos, y es muy poca la información que uno puede encontrar, al tocarme con estas palabras, me traslado a aquellos días en que el profesor pasaba sus últimos días, hoy nosotros tenemos el compromiso de seguir dando a conocer sus obras literarias. Gracias Elmer por escribir sobre el maestro.