El Sastre

EL SASTRE

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Era una reunión muy importante, faltaban ya pocos días para que mi gran amigo llevara a la más bella mujer del pueblo al altar y no podía ir con el terno viejo.

Don Porfirio vendía y fiaba telas Barrington, pura calidad. Tenía que decirle a mi mamá que me sacara un corte, no podía fallarle a este mi gran amigo, que tal vez alzará vuelo y todas las aventuras de mozuelos se irían al cofre de los recuerdos, así es la vida.

Fui donde uno de los sastres más conocidos y que gozaba de la simpatía de los clientes, éste tenía una ligera sinuosidad en la espalda, pero su juventud lo hacía competente frente a los demás colegas algo mayores.

Me tomo las medidas y en el plazo de una semana me iba a hacer la prueba para darle así sus apuntaladas y dejarlo chic. Me imaginaba la impresión que causaría en la fiesta, pues mi estatura era un tanto superior a la de mis demás compañeros de juerga y por ende se me atribuía las conquistas más difíciles

El día de la prueba no encontré al sastre en mención, pues era muy sabido que paraba de “Copa en copa”, hallándolo recién en uno de los parajes zigzagueando, prometiéndome, entre ¡hip, hip!, que el traje estaría listo para el gran día y sin fallas.

Llegado el día, muy temprano, me acerqué por el taller del sastrecillo que, muy amable, me hizo pasar. Después de probármelo y ver que estaba completamente mal le increpé por el estado del terno y él, molestó y sirvengüenzon me contestó:

“Oigaste yo liecho el terno de acuerdo a su cuerpo, a su estatura y anchura de sus hombros, así fue cortado y medido, si no le sienta bien ya no es culpa mía, no cree?”

Obviamente y con tal desparpajo insinuaba que el mal cortado y medido era yo.

No me quedo mas que recurrir al viejo terno empolvado y pinganilla que ya lo había desechado.


Elmer Rafael Castillo Díaz