
Algunos de los que están leyendo me conocen personalmente, diría la mayoría. A esos buenos amigos que me siguen mensualmente y no tiene clara mi imagen les diré que soy moreno, de contextura intermedia gracias al deporte, bellos ojos marrones (algo de bello tengo que tener eh), pelo oscuro azabache, alto para el común de los de mi familia y las personas; un peruano neto y nato. Comienzo describiéndome porque la anécdota que comentaré a continuación va de la mano.
Desde que tengo uso de razón, de Huancayo, Huánuco, Sucre, he visitado en Lima a mi tío Carlos Castillo Ríos, un hombre del cual me referiré en otro escrito, casado con tía Kathryn, una bella alemana. Fernando, su primer hijo, tiene todas las características de un teutón, mucho más alto que yo, blanco, algo rubio en su cabellera, ojos celestes, callado, lo contrario a mi que soy un parlanchín de primera. Ambos de la misma edad.
Conmigo siempre conversó, el llevar el mismo apellido nos acercó de una manera especial. Jugábamos tenis de mesa, pelota, armábamos rompecabezas interminables, leíamos historietas de Asterix, paseábamos por Vista Alegre y también nos peleábamos, claro no podía faltar las broncas, llevándome la peor parte.
En el deporte era yo el que ganaba, al menos con la pelota me divertía de sobremanera y siempre me llevaba a jugar con sus amigos del Humboldt para presentarme y alegrarse cuando hacía mis malabares. Lo que no me gustaba era cuando con sus compañeros de colegio hablaban en alemán, idioma por demás desconocido y solo atinaba a sonreír diciendo para dentro, “estos alemanes de…”
En cierta oportunidad el tío junto a su esposa viajaron a Centro América por motivos de trabajo dejando a Fernando y Susana (su hermana) en casa. Llegué como siempre con mi muda de ropa, sabiendo que al irme llevaría quintuplicado en ropa por la gentileza de estos familiares. En la cochera estaban los dos carros de los tíos, con la llave puesta. En esos arranques propios de mi juventud inquieta le propuse, “…ahora que no está tu viejo hay que sacar el carro e ir a dar una vuelta por Miraflores”, con cara de asombro y muy educadamente me contestó, “…para nada Elmer, le he prometido a mi padre no sacar el carro bajo ninguna circunstancia”, yo insistía no sabiendo la disciplina alemana, “…pero tu viejo está lejos ni se va a enterar”, sonriendo de manera cachacienta y seria me dijo, “mi promesa es suficiente, no insistas”, fue suficiente, chitón nomás.
Mi tío me contó que en cierta oportunidad lo llamaron del colegio cuando Fernando cursaba el quinto año de media. Y en la reunión los tutores comentaron y recomendaron que hablaran con sus hijos acerca del cannabis satiba, por que habían detectado que se estaba consumiendo en tan prestigioso centro de estudios. Al día siguiente cuando llegó del colegio lo llamó para platicar y aclarar la situación. “Dime Fernando, hay comentarios de que en el colegio los alumnos están fumando marihuana, ¿estás fumando esa yerba?”, con esa parquedad propia en él le contestó, “Esa pregunta no te la puedo contestar papá”. No insistió, la respuesta era obvia.
Un poco grandes, maltones como se dice por acá, me llevó en su motocicleta al club Peruano-Germany. Mi adolescencia fue maravillosa, mi padre aún vivo me daba ciertas libertades peligrosas, cine, paseos, fútbol, piscina, hasta el río Huallaga lo cruzaba nadando con la collera del barrio y para mi viejo estaba bien. O sea que en natación me defendía, tres estilos, el mariposa nunca pude aprenderlo, no era un tiburón pero tampoco manco. Quizá el haber crecido con él, participar en algunas reuniones con sus amigos, no me hacían presagiar lo que se venía.
Un hermoso campito de fulbito nos recibió, nos encontramos con algunos de los amigos y no faltó alguien que nos retó a jugar pelota. Fernando junto a los amigos aceptaron gustosos el desafío, previo, claro está, con una apuesta muy considerable. Modestia aparte, le dimos una señora goleada, llevándome los abrazos y felicitaciones de los compañeros.
Luego de un reparador baño en la ducha nos dirigimos a la piscina, esta se encontraba en un promontorio al cual teníamos que llegar subiendo unas escaleras. Mi asombro y actitud cambiaron de manera radical. Por primera vez en mi vida, (creo que hasta el día de hoy quedó impregnado en mi ser lo que sucedió) todos los sentimientos se me agolparon de una manera vertiginosa. La realidad se trasformó en irrealidad.
Una vez arriba vi una piscina limpiecita, con azulejos brillantes. Los colores claros me paralizaron. Lo peor de todo es que dentro y fuera de ella las personas me asustaron. Todos eran blancos, rubios, con sonrisas relucientes de los niños. En el trampolín una joven hermosa se preparaba para saltar y su cuerpo brillaba con el sol encegueciendo mi razón. “No nado” me dije. Avergonzado y silbando nervioso comencé a bajar dirigiéndome a mirar a los peloteros, quienes (me habían visto) me llamaron para jugar. Me sentí mal, no hubiera podido tirarme a la piscina por vergüenza propia de mi ser. Hubiese sido un tiburón y las personas hubiesen salido despavoridas, (eso creí ese momento) o quizá ni me hubieran tomado en cuenta. Todo juega en lo posible. Fernando se solidarizó conmigo, bajó detrás y sólo me acompañó, en el fondo me comprendía.
Desde que tengo uso de razón, de Huancayo, Huánuco, Sucre, he visitado en Lima a mi tío Carlos Castillo Ríos, un hombre del cual me referiré en otro escrito, casado con tía Kathryn, una bella alemana. Fernando, su primer hijo, tiene todas las características de un teutón, mucho más alto que yo, blanco, algo rubio en su cabellera, ojos celestes, callado, lo contrario a mi que soy un parlanchín de primera. Ambos de la misma edad.
Conmigo siempre conversó, el llevar el mismo apellido nos acercó de una manera especial. Jugábamos tenis de mesa, pelota, armábamos rompecabezas interminables, leíamos historietas de Asterix, paseábamos por Vista Alegre y también nos peleábamos, claro no podía faltar las broncas, llevándome la peor parte.
En el deporte era yo el que ganaba, al menos con la pelota me divertía de sobremanera y siempre me llevaba a jugar con sus amigos del Humboldt para presentarme y alegrarse cuando hacía mis malabares. Lo que no me gustaba era cuando con sus compañeros de colegio hablaban en alemán, idioma por demás desconocido y solo atinaba a sonreír diciendo para dentro, “estos alemanes de…”
En cierta oportunidad el tío junto a su esposa viajaron a Centro América por motivos de trabajo dejando a Fernando y Susana (su hermana) en casa. Llegué como siempre con mi muda de ropa, sabiendo que al irme llevaría quintuplicado en ropa por la gentileza de estos familiares. En la cochera estaban los dos carros de los tíos, con la llave puesta. En esos arranques propios de mi juventud inquieta le propuse, “…ahora que no está tu viejo hay que sacar el carro e ir a dar una vuelta por Miraflores”, con cara de asombro y muy educadamente me contestó, “…para nada Elmer, le he prometido a mi padre no sacar el carro bajo ninguna circunstancia”, yo insistía no sabiendo la disciplina alemana, “…pero tu viejo está lejos ni se va a enterar”, sonriendo de manera cachacienta y seria me dijo, “mi promesa es suficiente, no insistas”, fue suficiente, chitón nomás.
Mi tío me contó que en cierta oportunidad lo llamaron del colegio cuando Fernando cursaba el quinto año de media. Y en la reunión los tutores comentaron y recomendaron que hablaran con sus hijos acerca del cannabis satiba, por que habían detectado que se estaba consumiendo en tan prestigioso centro de estudios. Al día siguiente cuando llegó del colegio lo llamó para platicar y aclarar la situación. “Dime Fernando, hay comentarios de que en el colegio los alumnos están fumando marihuana, ¿estás fumando esa yerba?”, con esa parquedad propia en él le contestó, “Esa pregunta no te la puedo contestar papá”. No insistió, la respuesta era obvia.
Un poco grandes, maltones como se dice por acá, me llevó en su motocicleta al club Peruano-Germany. Mi adolescencia fue maravillosa, mi padre aún vivo me daba ciertas libertades peligrosas, cine, paseos, fútbol, piscina, hasta el río Huallaga lo cruzaba nadando con la collera del barrio y para mi viejo estaba bien. O sea que en natación me defendía, tres estilos, el mariposa nunca pude aprenderlo, no era un tiburón pero tampoco manco. Quizá el haber crecido con él, participar en algunas reuniones con sus amigos, no me hacían presagiar lo que se venía.
Un hermoso campito de fulbito nos recibió, nos encontramos con algunos de los amigos y no faltó alguien que nos retó a jugar pelota. Fernando junto a los amigos aceptaron gustosos el desafío, previo, claro está, con una apuesta muy considerable. Modestia aparte, le dimos una señora goleada, llevándome los abrazos y felicitaciones de los compañeros.
Luego de un reparador baño en la ducha nos dirigimos a la piscina, esta se encontraba en un promontorio al cual teníamos que llegar subiendo unas escaleras. Mi asombro y actitud cambiaron de manera radical. Por primera vez en mi vida, (creo que hasta el día de hoy quedó impregnado en mi ser lo que sucedió) todos los sentimientos se me agolparon de una manera vertiginosa. La realidad se trasformó en irrealidad.
Una vez arriba vi una piscina limpiecita, con azulejos brillantes. Los colores claros me paralizaron. Lo peor de todo es que dentro y fuera de ella las personas me asustaron. Todos eran blancos, rubios, con sonrisas relucientes de los niños. En el trampolín una joven hermosa se preparaba para saltar y su cuerpo brillaba con el sol encegueciendo mi razón. “No nado” me dije. Avergonzado y silbando nervioso comencé a bajar dirigiéndome a mirar a los peloteros, quienes (me habían visto) me llamaron para jugar. Me sentí mal, no hubiera podido tirarme a la piscina por vergüenza propia de mi ser. Hubiese sido un tiburón y las personas hubiesen salido despavoridas, (eso creí ese momento) o quizá ni me hubieran tomado en cuenta. Todo juega en lo posible. Fernando se solidarizó conmigo, bajó detrás y sólo me acompañó, en el fondo me comprendía.
Este primo y amigo partió a Alemania a seguir sus estudios donde se graduó de Ingeniero Mecánico, hace tres años lo volví a encontrar riéndonos al recordar estos pasajes de la juventud. No tuve la intención de pedirle que me llevara a la piscina, pues no sé si superé esa amarga experiencia cuando me sentí mal.
Elmer Castillo Díaz
DNI: 26731147
Postdata: Estoy deseando regresar a juntar nuevamente a los jóvenes del San Isidro Labrador antes que se desintegré por completo, con algunos de ustedes paisanos y amigos, sólo no se puede, el año pasado lo he comprobado, no es suficiente las ganas.
Moisés Rojas, gran compañero de juventud me ha pedido que coloque mi blog para que las personas pongan sus comentarios, así lo haré.
Elmer Castillo Díaz
DNI: 26731147
Postdata: Estoy deseando regresar a juntar nuevamente a los jóvenes del San Isidro Labrador antes que se desintegré por completo, con algunos de ustedes paisanos y amigos, sólo no se puede, el año pasado lo he comprobado, no es suficiente las ganas.
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2 comentarios:
Gracias :)
Entra a tu blog, esta hermosoooo!!!!!!!!!!!!!! besos
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