Perú

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8.1.11

Huauco eterno y mágico

Hablemos de huauqueños del Huauco


En nuestro Huauco hay una variedad de personajes dignos de contar. Los hay ofensivos, cariñosos, locos, siniestros, artistas, honrados, pirañas, cultos; de todo, pondré el etcétera. Los conoces a todos, el pueblo no es grande, Huauco (nombre majestuoso que encarna el contexto) es una familia recostada entre la Quintilla, el Huishquimuna y el Lanchepata, sus tres Apus, silenciosos en la tranquilidad del estío, y ruidosos cuando la creciente ruge. Me cuenta mi madre que el doctor shilico (de Celendín) que la atendía, éste, al enterarse que era huauqueña le comentó, “Señora, le teníamos tanto miedo a los huauqueños, que cuando escuchábamos que entraban a Celendín en sus caballos, nos metíamos debajo de la cama, ¡achichin!”. Que ironía, ahora el huauqueño moderno se avergüenza de llamarse así. Felizmente son dos o tres…el Huauco seguirá viviendo eternamente, mientras que de ellos ni sus hijos se acordaran.

Nuestro buen amigo Josheritas había recibido una tunda “de padre y señor mío”. Estaba magullado, adolorido y no se levantaba de la cama, raro en él, pues a las seis de la mañana remojaba sus tarjas (pies) en la acequia que recorría su calle con un buen libro en las manos. Su madre, preocupada levantó la cortina que separaba su cuja de la salita y le dolió en el alma ver a su hijo en ese estado. Preocupada le reclamó cómo se había hecho, que los tragos lo estaban llevando a dañarse físicamente. Al acercarse más se percató que no eran golpes de una caída, sino de una reverenda golpiza. “Hijito, ¿quién te ha pegado, quién ha sido ese abusivo? (seguro tenía en cuenta el tamaño de su vástago), dime su nombre, ahorita mismo voy al puesto y pongo una denuncia”…”Vieja, no te preocupes”…, “¿Cómo no voy a preocuparme?, mira cómo estás”, “Ohhh, vieja, ni vayas a hacer problemas, ¡imagínate! si yo estoy así, cómo estará el otro”. El otro estaba muy tranquilo, campante y sin un rasguño libando alegre en la Plaza de armas.

La honradez y la palabra dada en el huauqueño era ley. Recuerdo una historia de un familiar en La Toma. Quería vender su terrenito, el primo que se había enterado de la venta se acercó a su casa ofreciéndole mil quinientos soles (soles de esos años), él tío quería dos mil. Como sea le dijo, en dos mil quedaron, tenía pasto, era grande y una pequeña casita circundaba el terrenito. Vendería unos terneros y algunos cobres ahorrados por ahí tenían. Pasó un mes, dos meses y no se acercaba a finiquitar la transacción. Un foráneo al ver la necesidad del tío, le ofreció cinco mil contantes y sonantes. Preocupado y con pena se aproximó a la vivienda del familiar. “Oite pues primo, ¿vas a querer o no el terrenito?…mira que ya me están ofreciendo cinco mil, ¿lo vas a querer o no?” El primo ni corto ni perezoso sacó el dinero de donde sea. Una buena lección, la palabra debe valer más que cualquier documento escrito notarialmente, palabra de hombre.

Nuestro amigo, muy conocido él, Loco Beto, o simplemente Beto Bomba, se divorciaba de su esposa. Ella, como es normal, le entabló juicio por alimentos por una cantidad fuerte. Loco, con dinero en esos años, contrató al mejor defensor de Cajamarca. El leguleyo usando las artimañas, tenía que defender al que le pagaba por hacerlo (recibos de luz, agua, comida, enseres…etc.). Después de algunos meses visitando el Palacio de Justicia, el picapleitos había triunfado. Fue a darle la noticia personalmente a nuestro amigo Loco Beto, “Loco, (lo tuteaba y todos sus amigos lo tratan así) ganamos el juicio, le pasaremos a tu consorte 400 soles mensuales”. El brinco que dio el Loco de la silla tras su escritorio fue sorprendente y con las gesticulaciones propias de él, le dijo airadamente, “¡¿Cuatrocientos, cuatrocientos soles, estás loco?! Con cuatrocientos soles mis hijas se mueren de hambre, pásales mil doscientos”. Era la cantidad que le estaba pidiendo su ex media naranja.

Chancona y Pepe Cortisona (Víctor Hernández y Moisés Sánchez) transitaban en una vieja moto, 50cc Honda, las inacabables automáticas, por la ciudad de Lima, más concretamente por Barrios Altos. Al llegar a una intersección, a altas horas de la noche y con unas copas de más, una batida de vehículos se llevaba a cabo por la policía. Como es natural pararon la destartalada motoneta y bajando de ella Chancona se aproximó al policía. Después de unos segundos Chanconita se volvió a donde estaba Cortisona y le dijo, “¿No tienes ahí veinte soles?”, “¿Veinte soles, cómo que veinte soles, acaso es camión?”.

El viejo Chiquiruna, don Manuel Chávez Reyna, huauqueñazo, tuerto, terco, renegón y muy enamorador. Pasaba por un velorio y se detuvo en la puerta. Los familiares lanzaban llantos de dolor por el que descansaba en el ataúd. “Tan buenito pues…¿por qué Diosito te lo llevas?, sus lindas manitas nos ayudaba a pelar papas, cortar la cebolla…,¿por qué pues Señor te lo has llevado?,…, muy inteligente, en el colegio siempre sacó buenas notas…ayayay”. Los llantos mezclados con las cualidades del difunto enervaron la paciencia de viejo Chiquiruna, quien con voz torpe increpó a todos los dolientes, “Já, seguro que cuando me muera van a decir ¡Qué lindazos ojos he tenido!”, siguiendo su camino con el único quinqué que tenía.

La tía Luzgarda Zegarra se sentaba en su puerta, sobre sus hombros un pañolón oscuro, medias gruesas de lana, para soportar el frío. Ella conocía a todos sin excepción y siempre atenta con el que pasaba por su puerta. El saludo era y debería ser un ingrediente de educación en casa y el colegio, especialmente si uno es mayor, cederle la vereda, unos buenos días, tardes o noches, es bueno recibir de los jóvenes. “Tía, buenas noches”, “Hola sobrino, adónde te vas…de dónde vienes”. Y había que contestarle, pese a que hace cinco minutos le habías contestado, y así sucesivamente. Ya con los años y achaques se la veía muy delicada, pero no dejaba de sentarse en el quicio de su puerta para ver pasar a sus familiares y seguir con la letanía de sus preguntas. Con más de noventa años, acurrucada con su viejo pañolón me senté a conversar con ella una tarde. Al preguntarle cómo se sentía, con esa sabiduría irónica que se aprende con los años, me contestó; “Ay hijito, a mi me duele todo el cuerpo, por la artritis, ya no veo, escucho apenas, ni una papa puedo pelar…, todo hijo, menos la paloma”. Buena respuesta.





Elmer Castillo Díaz

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