El Reverendo Luis Rebaza Neyra, hombre piadoso y ejemplar.
WITOTADAS
Muchos de nosotros nunca tuvimos ese
contacto “divino” con la iglesia, para nuestra desgracia o felicidad.
Seguramente hasta el día de hoy asistimos a los templos por alguna invitación o
porque algún familiar se bautiza, se casa o fallece. No tengo nada con los que
religiosamente asisten a misa los domingos, es su fe, su forma de estar
conectados con el Divino Hacedor; al contrario, los admiro. Esa relación con lo
celestial hacen de ellos personas piadosas, no todos claro está, en algunos de
ellos pareciera que su relación es más con lo oscuro y demoniaco que con la
brillantez del Todopoderoso. Siempre están mirando y murmurando: cómo vamos
vestidos, con quién conversamos (si es con una dama, Dios nos libre eh), si
comemos o bebemos en exceso y lo peor, tergiversando nuestras acciones. Hay que
tener cuidado de estas personas, reciben la ostia con una solemnidad digna de
un santo y cuando se golpean el pecho lo hacen tratando de culparse por todos
los pecados y pecadores del mundo.
Los pastores del rebaño deben poner
hincapié en la homilía dominical en este peliagudo asunto, en vez de cansarnos
hasta el sueño con palabrería que, muchas de las veces, ni las tomamos en
cuenta. Cómo no recordar al sacerdote Mundaca, breve y conciso, llegando a
calar en nuestros sentimientos, era un buen consejero espiritual. Lo mismo que
el clérigo Rebaza Neyra de Cajamarca, que se desvivía por los pobres y los
estudiantes sin peculio, dándoles hasta lo que no tenía. La religión es una
manera piadosa de vivir y los que deben vivirlo más intensamente son los que
están formados, por voluntad propia, para encaminar a sus feligreses por el
buen camino. Para ello estudian y se someten a la Palabra de Dios, llegando a
ser doctores en teología, el primer camino a la piedad pura.
Dos pequeñas anécdotas.
Los pueblos pequeños, donde todos se
conocen, tienen su Santo y una vez al año le rinden homenaje con la devoción
que se merece. El barrio de Minopampa estaba de fiesta, pues el Patrón San
Isidro Labrador los visitaba y el recibimiento fue pomposo. Al octavo día se le
hizo una despedida, regresaba a sus aposentos en la iglesia matriz, una pequeña
misa, su castillo de cinco cuerpos y un pequeño brindis, “…para que nos siga
bendiciendo y nos proteja de los males…”. Esa noche muchos se quedaron atónitos
al escuchar al nuevo sacerdote que él “…no creía en santos…” y salió, dejando a
los escuchas boquiabiertos, colérico a
increpar a los cueteros que lanzaban con algarabía sus cohetes al aire.
“…no me dejan hacer la misa y retírense lejos…”, ni un por favor. Al entrar a
seguir con su sermón, de pronto, su rostro se desencajó y el rictus de sus
labios se frunció. Todos percibieron que el dolor que estaba sintiendo era
atroz, pues se sentó en el escaño más próximo que encontró en su camino,
doblándose y tomándose la parte baja de su estomago.
Al cabo de unos minutos se levantó y
siguió con su perorata, más condescendiente. Se vio en los rostros de los que
estaban reunidos una sonrisa de malignidad y de regocijo, con todo se pueden
jugar, menos con nuestro “Viejo Ishico”.
Las fiestas de los pueblos congregan
a familiares y amigos que no se han visto en años y la alegría de verlos y
reunirse con ellos, es incomparable. También aprovechan estas fiestas para
celebrar algún bautizo o matrimonio, qué mejor hacerlo en su pueblo y con los
que más quieren. Las redes sociales pueden haber hecho la magia de encontrar a
los amigos, familiares, amores olvidados y hasta los enemigos; no hay nada
comparado con darles un abrazo en vivo y en directo a nuestros conocidos. Hace
poco en nuestro vecino pueblo, José Gálvez, festejando su fiesta patronal, una
pareja joven decidió contraer nupcias. Las invitaciones no faltaron, pues hay
que darles todos los parabienes en su nueva vida de matrimoniados.
El sacerdote estaba incomodo, le
habían dicho a las seis y ya pasaban treinta minutos y los novios estaban
atrasados (los nervios seguramente). No podía manifestar su desagrado, no era una familia pobre, tenía que tener
paciencia. Se apresuró con el consabido sermón, todos los presentes sintieron
que el doctor en teología se encontraba enfadado, seguro está enfermo,
pensaron, a las finales es un ser humano por más sotana que lleve encima. El
ritual seguía, los novios estaban felices y se les notaba en la cara de euforia
que tenían, no era para menos, su amor se sellaba con el matrimonio. Esperaban
que pronto termine la ceremonia e irse a brindar con los suyos, para luego
culminar con la Luna de miel.
Las palabras del clérigo no fueron un
“…permanezcan en la adversidad y en la prosperidad juntos…”, más bien, con todo
el pesimismo, escuchaban de su boca un desaliento digno de un velorio aciago.
Llegando a decir que los matrimonios hoy en día no duran ni tres años y
seguramente dentro de poco los vería como el perro y el gato, cosa de la cual
estaba, él, muy seguro. Más bien el firmante como testigo del casorio corrigió
el desagradable momento, con mucho tino les deseó la dicha que toda pareja debe
enmarcar en su nueva vida de pareja. Quien fue más agradecido por los padrinos
y la concurrencia, dejando a un lado al párroco del pueblo, bien merecido lo
tenía. Seguro que no fue al ágape o tal vez disfrutó de los manjares preparados
esa noche, quién sabe.
Wito…
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