Menos Face más libros.

WITOTADAS

Conversando con mi amiga María Guadalupe Alemán González, mexicana, me contaba su preocupación. Se trataba del Benjamín de sus hijos, no leía y eso le preocupaba. Dejaba libros recién comprados en su cuarto, que estaban de boom para los de su edad; los hojeaba y no pasaba nada. No se resignó, siguió peleando con la edad peligrosa de los jóvenes. Se dio cuenta que el chaval, en este caso, el chamaco; se demoraba una buena parte del día en los servicios higiénicos. Inmediatamente llamó al carpintero, hizo un estante y colocó ahí, libros, revistas, información. Ahora, como dice ella, “ha retomado la oveja negra al vicio de mi familia, la lectura”. Me dio hasta envidia, nosotros abandonamos a nuestros hijos a la vida, sin exigirles el menor tiempo a la lectura. Dicen que este vicio se hereda, en mi caso no es así y algo curioso; mi tío Carlos es uno de los intelectuales más reconocidos en Educación, lector insaciable, noches tertulianas con Washington Delgado, el Gordo Reynoso, Macera…, aunque no lo crean, ninguno de sus hijos es un asiduo lector, salvo sus diarios de las mañanas, eso sí. Hasta el más enano.

La lectura es un hábito chévere, es muy difícil pasarse las horas sin un libro en las manos. Lo peligroso de la lectura es que nos vamos dando cuenta que no somos nada, nos falta mucho para alcanzar un grano del inmenso arenal cultural existente. Lupe, como la llamo a mi amiga mexicana, es muy sagaz en el arte de la lectura, su pasión son los libros, al igual que su familia. Como profesora tiene el privilegio de comprar originales de Benedetti, “llevo en mi maleta tres libros, dos de Benedetti y de un mexicano en este viaje”, ahí le dije, “quien como tú, yo mendigo libros y tengo buenos amigos que me lo alcanzan”. No le pareció bien. Acá podemos comprarnos un pirata, para un original sería una semana de no ponerle algo al arroz, puro arroz con soledad no va eh. A mí que me encanta resolver los Geniogramas, los martes, jueves y sábados; si compraría El Comercio estos días, no se tomaría algunas veces una soda en el almuerzo, con lo que le gusta a mis hijos. ¿Qué hago?, cuando voy al mercado, en los cajones de frutas a veces encuentro algunos viejos, siempre me llevo a casa unos tres o cuatro, ya tengo para ejercitar mi cerebro que comienza a andar con un alemán conocido.

No sé si pasaré el resto de mis días diciéndoles a mis amigos que disculpen mis exabruptos y si estamos con unas copas de más, es peor. Debe ser, supongo, por este carácter destructivo que me aqueja, siempre van acompañados de rebeldía infantil. Como ese niño que tira la paleta al suelo sabiendo que está haciendo lo contrario a lo que le manda su gusto por las golosinas. Como ese niño que le tira el huevo de su desayuno al primo peleando en la mesa. Este, ni corto ni perezoso, se lo zampa antes que el otro se de cuenta. Y comienza los líos entre los padres del por qué le quitó el huevo y el chiquillo chilla como si se hubiera muerto la mascota engreída o le hubiese picado la abeja Maya. Y si rompí una promesa, no suelo romperlas así por así, sólo quedo en manos de aquel que pueda entenderme y disculparme…recién estoy aprendiendo…siempre lo diré de corazón a mis amigos, “a mi amigo lo critico secretamente al igual que a mi corazón”. Al amigo lo acepto con sus virtudes y sus defectos (los míos son terribles, será por eso que tengo pocos amigos)…continuemos caminando…ya encontraremos el remanso, esa paz que todo el mundo busca.

Elmer Castillo Díaz