WITOTADAS
Los hombres de bien, con los defectos
humanos que tienen, siempre serán recordados y difícilmente serán olvidados.
Hasta Santo Tomás, cuando tenía 18 años le pedía con fuerza al Señor, en
oración: “Hazme santo Dios mío, pero todavía no”. Existen estos hombres de bien y están muy
cerca a nosotros, sin importar el género, ahí están: padres, madres, tíos,
hermanos, amigos. Son aquellos que quieren nuestro bien demostrándonoslos con
el ejemplo. Recuerdo al gran tío Domingo que les decía a sus hijos,
“avergüéncese cuando les digan que su padre es un ladrón o un violador, nunca
cuando les digan que es un borrachito, jaranero y bohemio”. Y era un señor. Los
moralistas no estarán de acuerdo con este genial pensamiento del tío Domingo,
lo respetaré. Quizás ellos han llegado a un campo espiritual donde tomarse un
buen copetín, fumarse un cigarrillo, mirar de reojo los atributos de una
hermosa dama,…, etcétera; su condena sería algún círculo de los nueve del
infierno de Dante.
Cada padre es vida y vida de nuestras vidas.
Cuando parte, buena parte de nuestra existencia parten con él. Ya no estará el
Viejo esperándonos y sonriendo para contarnos cada ocurrencia de su juventud,
escuchada varias veces como si fuera la primera; festejando las travesuras de
sus nietos. Ya no estará. El vacío corporal será suplantado por el espiritual y
siempre nos dirigiremos a él como si estuviera a nuestro lado. Su foto colgará
de la sala principal y en las reuniones estará con nosotros. Brindaremos
escuchando sus canciones y lo recordaremos más. En realidad, nunca muere un ser
querido. Simplemente pasa a la otra etapa, otra dimensión, se vuelve espiritual.
Cierto es que nos destroza el corazón su partida, somos humanos, sentimos, se
desgarra el alma y sufrimos mucho. Las lágrimas mitigan el dolor y el tiempo
sosiega la angustia.
En la primera cuadra del barrio
Minopampa, Sucre, cuatro apellidos extraños rompieron los característicos y
clásicos conocidos y se quedaron eternizados como parte del pueblo. Del Aguila,
Galarreta, Tinoco y Castillo. Esos son minopampeños, como nos conocen en Sucre.
Don Augusto Tinoco Taza vino
desde su Tarma querida, joven él, se enamoró de Sucre y de una bella minopampeña,
quedándose por estos lares. Devoto fiel del Señor de Muruhuay, de San Isidro
Labrador y la Virgen del Carmen. Bohemio empedernido. Sus dotes de curandero lo
llevaron a tener su centro de operaciones en la provincia de Celendín, en el
mercado central. Fue forjándose a base de esfuerzo y trabajo, haciéndose muy
conocido en dicha provincia. Llegó a ser Presidente de la APAFA (Asociación de
Padres de Familia) del prestigioso
colegio “Coronel Cortegana”, regidor y Presidente del Sindicato de Trabajadores
del Mercado Central. Su vida social, económica y cultural lo desarrolló en
Celendín. Por las noches se lo veía bajando de la desaparecida empresa Díaz y
de madrugada volvía a ese Celendín, extraño, que llegó a querer.
Un fortachón, sus casi metro
noventa intimidaba hasta al más valiente. Sus viajes a los distritos de
Celendín, en sus fiestas patronales, acompañado de algún amigo para que lo
ayudara a preparar los menjunjes y de paso, también, celebrar, ¿por qué no? Su
buen diente hacía de él casi un gigante, los asimilaba muy bien. Divertido y le
entraba a la chacota con los amigos. Los
últimos años su salud se deterioró por una diabetes casi silenciosa. Su buen
apetito desencadenó sus primeros desencuentros con su robustez física. Su
carácter indomable hizo que viviera casi con la soledad, rodeado de recuerdos,
en especial del hijo que lo hizo conocer el mundo y a un genio de la lirica. A
sus anchas en esta soledad daba rienda suelta a su buen comer, sin escatimar
gastos en sus chicharrones, chocolate shilico de lonche, caldos de gallina,
gaseosas, dulces y todo lo que envenenaba su organismo. Detestaba las dietas. Unas pequeñas heridas en el pie alertaron a
la familia y el proceso, no muy largo, de un coma diabético se lo llevó.
Durante su convalecencia, nos decía, “salgo de esto Negrito y me doy una vuelta
por Tarma, antes de San Isidro quiero visitar al Señor de Muruhuay”. No pudo
realizar su último sueño. La Parca le ganó la batalla.
Por qué no enterraron al señor Tinoco en Sucre. Sus hijos respetaron su
voluntad que en vida, reiteradas, les pidió. No fue vanidad, como algunos,
sutilmente, han deslizado. “La descendencia o la estirpe Tinoco se va a perder,
sus hijos no visitarán los Colorados (cementerio de Sucre) el “día de los
muertos”…”. El Picaflor tarmeño se quedo en Celendín. Cuando le preguntaron al
hermano mayor que llegó desde la Perla de los Andes, si lo llevaban a enterrar
a Tarma, contestó, “allá ya nadie nos conoce, ya no hay tarmeños y los de
nuestra época, muchos ya nos dejaron, su decisión a sido que lo entierren acá,
cúmplalo.”. Hubiera sido bonito que
Sucre sea su última morada, seguro que sí.
Lo despidieron y despedimos con
dos noches de variopinto anecdotario, chacchando la hoja sagrada de los Incas,
copetines de trago fuerte, cigarrillos negros para que “arme el bolo” y anisado
para que lo endulce. De a pocos van desapareciendo el frío, el hambre y el
sueño y divagas por el mundo de los recuerdos de la persona que yace cerca, tal
vez, sintiéndonos y riendo con nosotros. Por ahí se escucha un poco de
metafísica (quizás sin saberlo) y varias buenas ideas acerca de la muerte. El
alba llega y a descansar un poco para estar frescos para el sepelio, es el día
donde la tristeza cala hondo y cuando más se acerca a la sepultura es el dolor
agudo, insoportable, de la despedida que quiebra cualquier valentía. Adiós don
Augusto.
A su esposa, Irma, sus hijos:
Marleny, Pilar, Edwin, Nanie y Milton…un abrazo muy fuerte.
Wito…
No hay comentarios:
Publicar un comentario