Perú

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5.9.14

La Parca...



WITOTADAS

Los hombres de bien, con los defectos humanos que tienen, siempre serán recordados y difícilmente serán olvidados. Hasta Santo Tomás, cuando tenía 18 años le pedía con fuerza al Señor, en oración: “Hazme santo Dios mío, pero todavía no”.  Existen estos hombres de bien y están muy cerca a nosotros, sin importar el género, ahí están: padres, madres, tíos, hermanos, amigos. Son aquellos que quieren nuestro bien demostrándonoslos con el ejemplo. Recuerdo al gran tío Domingo que les decía a sus hijos, “avergüéncese cuando les digan que su padre es un ladrón o un violador, nunca cuando les digan que es un borrachito, jaranero y bohemio”. Y era un señor. Los moralistas no estarán de acuerdo con este genial pensamiento del tío Domingo, lo respetaré. Quizás ellos han llegado a un campo espiritual donde tomarse un buen copetín, fumarse un cigarrillo, mirar de reojo los atributos de una hermosa dama,…, etcétera; su condena sería algún círculo de los nueve del infierno de Dante. 

 Cada padre es vida y vida de nuestras vidas. Cuando parte, buena parte de nuestra existencia parten con él. Ya no estará el Viejo esperándonos y sonriendo para contarnos cada ocurrencia de su juventud, escuchada varias veces como si fuera la primera; festejando las travesuras de sus nietos. Ya no estará. El vacío corporal será suplantado por el espiritual y siempre nos dirigiremos a él como si estuviera a nuestro lado. Su foto colgará de la sala principal y en las reuniones estará con nosotros. Brindaremos escuchando sus canciones y lo recordaremos más. En realidad, nunca muere un ser querido. Simplemente pasa a la otra etapa, otra dimensión, se vuelve espiritual. Cierto es que nos destroza el corazón su partida, somos humanos, sentimos, se desgarra el alma y sufrimos mucho. Las lágrimas mitigan el dolor y el tiempo sosiega la angustia.

En la primera cuadra del barrio Minopampa, Sucre, cuatro apellidos extraños rompieron los característicos y clásicos conocidos y se quedaron eternizados como parte del pueblo. Del Aguila, Galarreta, Tinoco y Castillo. Esos son minopampeños, como nos conocen en Sucre.

Don Augusto Tinoco Taza vino desde su Tarma querida, joven él, se enamoró de Sucre y de una bella minopampeña, quedándose por estos lares. Devoto fiel del Señor de Muruhuay, de San Isidro Labrador y la Virgen del Carmen. Bohemio empedernido. Sus dotes de curandero lo llevaron a tener su centro de operaciones en la provincia de Celendín, en el mercado central. Fue forjándose a base de esfuerzo y trabajo, haciéndose muy conocido en dicha provincia. Llegó a ser Presidente de la APAFA (Asociación de Padres de Familia) del  prestigioso colegio “Coronel Cortegana”, regidor y Presidente del Sindicato de Trabajadores del Mercado Central. Su vida social, económica y cultural lo desarrolló en Celendín. Por las noches se lo veía bajando de la desaparecida empresa Díaz y de madrugada volvía a ese Celendín, extraño, que llegó a querer. 

Un fortachón, sus casi metro noventa intimidaba hasta al más valiente. Sus viajes a los distritos de Celendín, en sus fiestas patronales, acompañado de algún amigo para que lo ayudara a preparar los menjunjes y de paso, también, celebrar, ¿por qué no? Su buen diente hacía de él casi un gigante, los asimilaba muy bien. Divertido y le entraba a la chacota  con los amigos. Los últimos años su salud se deterioró por una diabetes casi silenciosa. Su buen apetito desencadenó sus primeros desencuentros con su robustez física. Su carácter indomable hizo que viviera casi con la soledad, rodeado de recuerdos, en especial del hijo que lo hizo conocer el mundo y a un genio de la lirica. A sus anchas en esta soledad daba rienda suelta a su buen comer, sin escatimar gastos en sus chicharrones, chocolate shilico de lonche, caldos de gallina, gaseosas, dulces y todo lo que envenenaba su organismo. Detestaba las dietas.  Unas pequeñas heridas en el pie alertaron a la familia y el proceso, no muy largo, de un coma diabético se lo llevó. Durante su convalecencia, nos decía, “salgo de esto Negrito y me doy una vuelta por Tarma, antes de San Isidro quiero visitar al Señor de Muruhuay”. No pudo realizar su último sueño. La Parca le ganó la batalla.

Por qué no enterraron al señor  Tinoco en Sucre. Sus hijos respetaron su voluntad que en vida, reiteradas, les pidió. No fue vanidad, como algunos, sutilmente, han deslizado. “La descendencia o la estirpe Tinoco se va a perder, sus hijos no visitarán los Colorados (cementerio de Sucre) el “día de los muertos”…”. El Picaflor tarmeño se quedo en Celendín. Cuando le preguntaron al hermano mayor que llegó desde la Perla de los Andes, si lo llevaban a enterrar a Tarma, contestó, “allá ya nadie nos conoce, ya no hay tarmeños y los de nuestra época, muchos ya nos dejaron, su decisión a sido que lo entierren acá, cúmplalo.”.  Hubiera sido bonito que Sucre sea su última morada, seguro que sí. 



Lo despidieron y despedimos con dos noches de variopinto anecdotario, chacchando la hoja sagrada de los Incas, copetines de trago fuerte, cigarrillos negros para que “arme el bolo” y anisado para que lo endulce. De a pocos van desapareciendo el frío, el hambre y el sueño y divagas por el mundo de los recuerdos de la persona que yace cerca, tal vez, sintiéndonos y riendo con nosotros. Por ahí se escucha un poco de metafísica (quizás sin saberlo) y varias buenas ideas acerca de la muerte. El alba llega y a descansar un poco para estar frescos para el sepelio, es el día donde la tristeza cala hondo y cuando más se acerca a la sepultura es el dolor agudo, insoportable, de la despedida que quiebra cualquier valentía. Adiós don Augusto.




A su esposa, Irma, sus hijos: Marleny, Pilar, Edwin, Nanie y Milton…un abrazo muy fuerte.

Wito…

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