
Carnaval, de tres sabores.
Por Salgud.
Era yo tan sólo un niño, de 7 o talvez 8 años, pero me di cuenta que los mayores de mi alrededor se apresuraban y llenaban de expectativas, hacían sendos preparativos en las casas. Por allá se hervían espesas combinaciones de harina áspera de jora con chancaca y luego la vertían en pescuezudos pero abultados urpos de arcilla cocida, para que, según decían, ese extraño caldo se haga “fuerte”, otros, según oía, enterraban a esos entrudos urpos, bien amarradas sus bocas con gruesos manteles, y después de desaparecerlos casi por completo bajo tierra, tomaban la extraña forma de un sarcófago, como aquellos del que hablaba una canción tristona de protesta revolucionaria que a veces escuchaba rasgando el silencio de la noche, entonada por algún noctámbulo enamorado y a la vez confundido “yo quiero que a mi me entierren, como a revolucionario …. ”.
En otras casas se mataban chanchos, muy al amanecer. Desde mi abrigada cama escuchaba sus gritos terribles, angustiosos… plañideros. Una vez me pregunté y me dije, que triste debía ser para un pobre animal alegrarse al ver a su querido amo visitarle tan temprano, decirle, ¡vamos levántate…¡, y levantarse creyendo que talvez le traería el desayuno de siempre pero ¡Oh fatalidad¡ esta vez sólo lo habría hecho despertar para clavarle un enorme cuchillo en el pecho…y una ves más el diablo se reiría diciendo: ya ven…no era amor al chancho…
Pero el diablo, esta vez estaría más contento que nunca, porque nadie más que él sabía con suprema exactitud, que todas estas correrías de mis vecinos, de mis tíos y mis primos y de todo mi barrio y de mi aldea no era otra cosa que un síntoma inequívoco, de esa especie de contagiosa enfermedad anímica de todos los años que se llama Carnaval: la fiesta del diablo, según decía mi abuelita.
Amén de los preparativos en las casas, matanzas de cuyes y de gallinas, amasijos de panes de yema (como el de mi tía Juana); sin embargo, esto no ocurría en todas las casas, en algunas sólo se esperaba…que llegase algún platillo con los “fritos” que gentilmente convidaba algún vecino a quien el año pasado le había sonreído con cierta prosperidad, buen año, buen trabajo, buenas cosechas, buen ganado etc.
Gente llegaba al pueblo, a veces gente extraña e interesante, lindas chiquillas con otro estilo, con lo último, las modas, las músicas locas y otras monadas más…
Ponían de vuelta y media a mis amigos (y a veces a mí también)… pues sólo éramos chiquillos, adolescentes muy ávidos de ilusionarnos, de enamorarnos aunque la mayor de las veces tan sólo en secreto, en un profundo y visceral secreto…
Y en nosotros vibraba con todo su encanto, aquella fiesta, criticada por las cucufatas y por el cura del pueblo: En esta época señores, El Momo era más popular que taita Ishico, el santo de mi pueblo.
Si, ciertamente, el carnaval de mi pueblo, quien era representado todos los años por Ño Carnavalón o Rey Momo, cuya figura estrafalaria, demoníaca, burlesca, satírica y misteriosa, que proyectaba esta especie de fauno sátiro y bailarín, gozaba a carta cabal del multitudinario aprecio popular, y como dijo alguien, ya quisiera nuestro alcaldecito gozar de aquel aprecio del que sí goza Ño Carnavalón, quien bien que lo poseía más que nadie en absoluto.
Con su salida triunfal por el Barrio alto de “La Toma” -así se llama este barrio ya que por allí están las captaciones del agua para el pueblo - se desembocaba aquella algarabía sin nombre que confundía a todos, grandes y chicos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, hombres y mujeres y hasta los animales no se salvaban de esta demencial locura ya que al igual que la gente terminaban bañaditos, ya con aguas claras o con oscuras, cuando no con indelebles anilinas importadas de la extranjía, que nos vendía Ño Augusto Gil ( gran comerciante celendino)
Mi mayor vocación en este tiempo de mi temprana edad, era involucrarme entre los diseñadores, fabricantes y constructores del Rey Momo.
Por varios años, llegando esta temporada resultaba (casi sin darme cuenta) involucrado entre la comisión de muchachos cuya abnegada misión era diseñar y construir al tan esperado “Momo”.
Era fácil hacerlo (en mis tiempos al menos), todo lo que hacía falta, era tener un buen manojo de carrizos y cañas, hilos pabilos, cera de abejas y unas cuantas bolsas de papel industrial de esos en que llegaba el azúcar, o el cemento a venderse en nuestro pueblo. La anilinas para pintarlo venían después, donadas por algún “limeñito” que entusiasta quería colaborar.
Lo demás era asunto “papayita”, después de todo, yo ceo que el mismo momo iba tomando su forma, todo lo que era necesario era orientar la idea. Así decíamos, hay que hacer que se a parezca a tal o cual personaje. Por ejemplo que se aparezca al Juez, o al gobernador, o al cura etc. Y así efectivamente salía.
El resto, creo que el demonio ayudaba, no se necesitaba mucho arte, después de todo nadie quería perfección, mientras más feo, era mejor, hay que recordar que era el Momo, si salía muy gordo, en buena hora, narizudo mejor aún, orejón ¡vaya que bueno¡…y así mientras más estrafalario y gracioso salía, ¡mucho mejor caramba¡. Y esto no era todo, después de que nuestro Momo cumplía su ciclo de vida, el compromiso de nosotros sólo terminaba con la redacción y publicación del tan temido (en mis tiempos al menos) “Testamento”. Que a muchos (incluyéndome a mí) nos ha gastado serios sinsabores.
Así, durante varios años, yo era un asiduo constructor de Momos…famoso por mis diseños entre los cuales recuerdo con gran cariño a mi gran murciélago del año 94, mi acordeonista del 90, mi gran Baldoteo (personificando al vecino Teobaldo), etc. hasta que los tiempos cambiaron y aparecieron otros muchachos que me reemplazaron en aquella delirante faena de “engendrar a la bestia” del carnaval.
Pero yo, aún era una persona “vigente” en el pueblo, aunque ya no residía permanentemente en él, pero sí que pasaba en el mismo una buena parte del año y especialmente en la época de Ño carnavalón.
Dirían los que tanto hablan de dialéctica, que nada es estático en el mundo, por ello es que los roles cambiaron en mi vida y miren que en mi caso ocurrió algo interesante: Como me había hecho popular como constructor de momos, mi vecindario me propuso cierto año que yo fuera nada menos que su cargador (aquel que entra en su barriga para hacerlo bailar); aquello significaba que no sólo tendría que cargarlo sino que además tendría que hacerlo bailar como un demonio. (esto era buena señal para mí ya que a cualquiera no se le proponía esto)
Acepté de buen grado ya que desde antaño había percibido que los cargadores de Momos eran las personas que más parecían divertirse y…de algún modo quise probar esa exótica experiencia en mis propias carnes.
Creo que sin lugar a dudas, es la realidad más disparatadamente loca y endiablada que me ha pasado en la vida, ¡yo fui el carnavalón¡…cuando uno se adentra en el vientre de aquel engendro de carrizos, sátiro y talegón, ya nada se le puede igualar: tu dejas de ser tu mismo, ahora ERES el espíritu del carnaval, te sientes el personaje más importante de toda la muchedumbre, ellos están donde tú estás, bailan donde tú bailas, ya nada importa. Al son de la banda de músicos, eres un verdadero diablo de carrizos serpentinas, talcos y henchidos globos, desde la panza del Momo observas toda la locura y todo el descontrol..
Puedes hacer lo que sea, todo te es permitido, miras a la gente como se aloca, como se moja, como entra en el éxtasis del carnaval, no hay más jerarquías, no hay más rangos sociales, igual lo bañan al coronel, al mayor o al sacristán del pueblo, igual lo pintan y polvean a la señora o a la señorita o a la vieja que lo cuida, a la abuelita juzgona o al anciano burlón…
Desde adentro de aquel exo-esqueleto de cartones y engrudos, ves las mascaritas de los carnavaleros, caretas que ríen unas y otras que muestran extrañas muecas prefabricadas y no hay en el cerebro más razón ni crítica ni pensamiento que se cruce en tu camino… yo, el carnavalón y mi gente éramos un vendaval…
Fui por un par de horas un SER liberado, sin inhibiciones, podía si hubiese querido acercarme y tocar con mis muñones puntiagudos, cualquier cuerpo femenino que mojado hubiese estado tentando con sus turgentes curvas y humedecidos pliegues, pudiera si así hubiese querido dar un puñetazo absurdo a algún tipo que me cayera mal… en fin, gozaba de una endiablada inmunidad y mi mundo era el baile, el más deshonesto baile que uno sea capaz de imaginar. El objetivo era sólo uno: contagiar el espíritu del carnaval… ¡y así lo hice¡ sin importarme nada, ni las ásperas piedras de las callejuelas, que parecían romper los metatarsos de mis “patas” ni los sucios charcos en donde a veces iban a parar mis boquiabiertos zapatos.
A cada momento se acercaba algún voluntarioso borracho y me colocaba en la boca una puntiaguda botella con bebida, diciéndome: toma más para que bailes, ¡aguanta…aguanta! toma, ¡toma tu aguardiente!…y yo obedecía porque quería embriagarme.
Una vez se acercó un tipo con una botella llena de un licor muy turbio, dentro del cual pude ver la retorcida silueta de algo reptilesco que se encontraba en remojo, ¡era un macerado de culebra¡…igual yo lo tomé, yo no tenía ni podía tener asco, no creía en nada, ya no era yo: ¡Yo era el carnaval¡ y así….si en el trayecto hubiese habido una piscina llena de agua, de seguro que me inventaba la “danza de las olas” para que todos se hundieran conmigo…con su gran rey carnavalón.
Después de aquello, bien recuerdo, mi cuerpo quedó hecho trizas, por tres días me costó recuperarme…pero en fin dije una vez más: después del gusto….la pena.
Pasaron los años y como era de esperar, me hice más viejo, pero como he gozado de una simpatía y popularidad de parte de mi gente, llegue a ser ungido gobernador de mi querido pueblo.
Ya pasaba algo más de un año en aquel cargo, que dada su investidura me impedía participar en los carnavales como antes lo hiciera en aquella forma tal directa. Ahora más bien sólo alentaba a los jóvenes a que lo hicieran… pero que lo hicieran bien.
Era un Sábado carnaval- bien lo recuerdo -cuando el destino me estaba esperando para hacerme una jugada - yo me encontraba como siempre en los balcones oficiales de la institución a la cual representaba. Vi como se llenaba abarrotadamente la plaza de armas con la muchedumbre. Empecé a escuchar el inconfundible son de las metálicas bandas, con sus típicos ritmos carnavalescos cuyo sórdido compás del bombo retumbaba haciéndonos vibrar hasta las mitocondrias.
Por la parte alta de la plaza aparecía, seguido de cientos de disfraces, seguido de una turba multicolor de gente, Ño Carnavalón bailando y bailando, saludando y echando agua. Su estrafalaria figura era inconfundible: Alto, más alto que todo el mundo, desgarbado como él mismo, tenía esta vez una irónica sonrisa entre burlona y pícara, la gente lo ovacionaba y le aventaban globos llenos de agua, sus ropas ya casi se rompían de tanta furia de globazos…y así venía, se acercaba, se acercaba…cuando de pronto abrí bien los ojos y…¡Dios mío¡ exclame…¡pero que es lo que estoy viendo! ( ya el momo llegó a mi delante, ante el balcón oficial) …¡no podía creerlo¡, era la más patética burla que el destino hubiese perpetrado contra ser humano alguno porque esta vez… ¡EL MOMO ERA YO¡.
Uno de mis colaboradores que me acompañaba me dijo jalándome del brazo: vamos Sr. Pase ud. para adentro, seguramente que ha sido idea de algún sinvergüenza….
Era la primera vez en mi vida que en pleno carnaval era capaz de derramar una lágrima…pero de la más profunda indignación de verme representado y caricaturizado como aquel sátiro y desgarbado Carnavalón a quién otrora construí con abnegada devoción y otra cargara con febril entusiasmo.
Mientras pasaba hacia los salones internos del local de mi institución me dije en el pensamiento: “sólo sé que se trata de una venganza: ES LA DESPIADADA VENGANZA DEL MOMO”.
Salí al balcón nuevamente, y con el ánimo hecho fraguas grité apuntando con el dedo inquisidor a la gente: ¡malditos ...esto no se va a quedar así…¡
Pero la diabólica procesión de “posesos” del carnaval siguió su curso…sin escucharme más…
Y me adentré a los recintos, riendo con una especie de amarga carcajada…como aquella carcajada que solía ensayar a veces para representar al endiablado Rey Momo…
Douglas Rojas Zegarra
DNI : 26632633
E- mail: salgud42@ Hotmail.com
Por Salgud.
Era yo tan sólo un niño, de 7 o talvez 8 años, pero me di cuenta que los mayores de mi alrededor se apresuraban y llenaban de expectativas, hacían sendos preparativos en las casas. Por allá se hervían espesas combinaciones de harina áspera de jora con chancaca y luego la vertían en pescuezudos pero abultados urpos de arcilla cocida, para que, según decían, ese extraño caldo se haga “fuerte”, otros, según oía, enterraban a esos entrudos urpos, bien amarradas sus bocas con gruesos manteles, y después de desaparecerlos casi por completo bajo tierra, tomaban la extraña forma de un sarcófago, como aquellos del que hablaba una canción tristona de protesta revolucionaria que a veces escuchaba rasgando el silencio de la noche, entonada por algún noctámbulo enamorado y a la vez confundido “yo quiero que a mi me entierren, como a revolucionario …. ”.
En otras casas se mataban chanchos, muy al amanecer. Desde mi abrigada cama escuchaba sus gritos terribles, angustiosos… plañideros. Una vez me pregunté y me dije, que triste debía ser para un pobre animal alegrarse al ver a su querido amo visitarle tan temprano, decirle, ¡vamos levántate…¡, y levantarse creyendo que talvez le traería el desayuno de siempre pero ¡Oh fatalidad¡ esta vez sólo lo habría hecho despertar para clavarle un enorme cuchillo en el pecho…y una ves más el diablo se reiría diciendo: ya ven…no era amor al chancho…
Pero el diablo, esta vez estaría más contento que nunca, porque nadie más que él sabía con suprema exactitud, que todas estas correrías de mis vecinos, de mis tíos y mis primos y de todo mi barrio y de mi aldea no era otra cosa que un síntoma inequívoco, de esa especie de contagiosa enfermedad anímica de todos los años que se llama Carnaval: la fiesta del diablo, según decía mi abuelita.
Amén de los preparativos en las casas, matanzas de cuyes y de gallinas, amasijos de panes de yema (como el de mi tía Juana); sin embargo, esto no ocurría en todas las casas, en algunas sólo se esperaba…que llegase algún platillo con los “fritos” que gentilmente convidaba algún vecino a quien el año pasado le había sonreído con cierta prosperidad, buen año, buen trabajo, buenas cosechas, buen ganado etc.
Gente llegaba al pueblo, a veces gente extraña e interesante, lindas chiquillas con otro estilo, con lo último, las modas, las músicas locas y otras monadas más…
Ponían de vuelta y media a mis amigos (y a veces a mí también)… pues sólo éramos chiquillos, adolescentes muy ávidos de ilusionarnos, de enamorarnos aunque la mayor de las veces tan sólo en secreto, en un profundo y visceral secreto…
Y en nosotros vibraba con todo su encanto, aquella fiesta, criticada por las cucufatas y por el cura del pueblo: En esta época señores, El Momo era más popular que taita Ishico, el santo de mi pueblo.
Si, ciertamente, el carnaval de mi pueblo, quien era representado todos los años por Ño Carnavalón o Rey Momo, cuya figura estrafalaria, demoníaca, burlesca, satírica y misteriosa, que proyectaba esta especie de fauno sátiro y bailarín, gozaba a carta cabal del multitudinario aprecio popular, y como dijo alguien, ya quisiera nuestro alcaldecito gozar de aquel aprecio del que sí goza Ño Carnavalón, quien bien que lo poseía más que nadie en absoluto.
Con su salida triunfal por el Barrio alto de “La Toma” -así se llama este barrio ya que por allí están las captaciones del agua para el pueblo - se desembocaba aquella algarabía sin nombre que confundía a todos, grandes y chicos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, hombres y mujeres y hasta los animales no se salvaban de esta demencial locura ya que al igual que la gente terminaban bañaditos, ya con aguas claras o con oscuras, cuando no con indelebles anilinas importadas de la extranjía, que nos vendía Ño Augusto Gil ( gran comerciante celendino)
Mi mayor vocación en este tiempo de mi temprana edad, era involucrarme entre los diseñadores, fabricantes y constructores del Rey Momo.
Por varios años, llegando esta temporada resultaba (casi sin darme cuenta) involucrado entre la comisión de muchachos cuya abnegada misión era diseñar y construir al tan esperado “Momo”.
Era fácil hacerlo (en mis tiempos al menos), todo lo que hacía falta, era tener un buen manojo de carrizos y cañas, hilos pabilos, cera de abejas y unas cuantas bolsas de papel industrial de esos en que llegaba el azúcar, o el cemento a venderse en nuestro pueblo. La anilinas para pintarlo venían después, donadas por algún “limeñito” que entusiasta quería colaborar.
Lo demás era asunto “papayita”, después de todo, yo ceo que el mismo momo iba tomando su forma, todo lo que era necesario era orientar la idea. Así decíamos, hay que hacer que se a parezca a tal o cual personaje. Por ejemplo que se aparezca al Juez, o al gobernador, o al cura etc. Y así efectivamente salía.
El resto, creo que el demonio ayudaba, no se necesitaba mucho arte, después de todo nadie quería perfección, mientras más feo, era mejor, hay que recordar que era el Momo, si salía muy gordo, en buena hora, narizudo mejor aún, orejón ¡vaya que bueno¡…y así mientras más estrafalario y gracioso salía, ¡mucho mejor caramba¡. Y esto no era todo, después de que nuestro Momo cumplía su ciclo de vida, el compromiso de nosotros sólo terminaba con la redacción y publicación del tan temido (en mis tiempos al menos) “Testamento”. Que a muchos (incluyéndome a mí) nos ha gastado serios sinsabores.
Así, durante varios años, yo era un asiduo constructor de Momos…famoso por mis diseños entre los cuales recuerdo con gran cariño a mi gran murciélago del año 94, mi acordeonista del 90, mi gran Baldoteo (personificando al vecino Teobaldo), etc. hasta que los tiempos cambiaron y aparecieron otros muchachos que me reemplazaron en aquella delirante faena de “engendrar a la bestia” del carnaval.
Pero yo, aún era una persona “vigente” en el pueblo, aunque ya no residía permanentemente en él, pero sí que pasaba en el mismo una buena parte del año y especialmente en la época de Ño carnavalón.
Dirían los que tanto hablan de dialéctica, que nada es estático en el mundo, por ello es que los roles cambiaron en mi vida y miren que en mi caso ocurrió algo interesante: Como me había hecho popular como constructor de momos, mi vecindario me propuso cierto año que yo fuera nada menos que su cargador (aquel que entra en su barriga para hacerlo bailar); aquello significaba que no sólo tendría que cargarlo sino que además tendría que hacerlo bailar como un demonio. (esto era buena señal para mí ya que a cualquiera no se le proponía esto)
Acepté de buen grado ya que desde antaño había percibido que los cargadores de Momos eran las personas que más parecían divertirse y…de algún modo quise probar esa exótica experiencia en mis propias carnes.
Creo que sin lugar a dudas, es la realidad más disparatadamente loca y endiablada que me ha pasado en la vida, ¡yo fui el carnavalón¡…cuando uno se adentra en el vientre de aquel engendro de carrizos, sátiro y talegón, ya nada se le puede igualar: tu dejas de ser tu mismo, ahora ERES el espíritu del carnaval, te sientes el personaje más importante de toda la muchedumbre, ellos están donde tú estás, bailan donde tú bailas, ya nada importa. Al son de la banda de músicos, eres un verdadero diablo de carrizos serpentinas, talcos y henchidos globos, desde la panza del Momo observas toda la locura y todo el descontrol..
Puedes hacer lo que sea, todo te es permitido, miras a la gente como se aloca, como se moja, como entra en el éxtasis del carnaval, no hay más jerarquías, no hay más rangos sociales, igual lo bañan al coronel, al mayor o al sacristán del pueblo, igual lo pintan y polvean a la señora o a la señorita o a la vieja que lo cuida, a la abuelita juzgona o al anciano burlón…
Desde adentro de aquel exo-esqueleto de cartones y engrudos, ves las mascaritas de los carnavaleros, caretas que ríen unas y otras que muestran extrañas muecas prefabricadas y no hay en el cerebro más razón ni crítica ni pensamiento que se cruce en tu camino… yo, el carnavalón y mi gente éramos un vendaval…
Fui por un par de horas un SER liberado, sin inhibiciones, podía si hubiese querido acercarme y tocar con mis muñones puntiagudos, cualquier cuerpo femenino que mojado hubiese estado tentando con sus turgentes curvas y humedecidos pliegues, pudiera si así hubiese querido dar un puñetazo absurdo a algún tipo que me cayera mal… en fin, gozaba de una endiablada inmunidad y mi mundo era el baile, el más deshonesto baile que uno sea capaz de imaginar. El objetivo era sólo uno: contagiar el espíritu del carnaval… ¡y así lo hice¡ sin importarme nada, ni las ásperas piedras de las callejuelas, que parecían romper los metatarsos de mis “patas” ni los sucios charcos en donde a veces iban a parar mis boquiabiertos zapatos.
A cada momento se acercaba algún voluntarioso borracho y me colocaba en la boca una puntiaguda botella con bebida, diciéndome: toma más para que bailes, ¡aguanta…aguanta! toma, ¡toma tu aguardiente!…y yo obedecía porque quería embriagarme.
Una vez se acercó un tipo con una botella llena de un licor muy turbio, dentro del cual pude ver la retorcida silueta de algo reptilesco que se encontraba en remojo, ¡era un macerado de culebra¡…igual yo lo tomé, yo no tenía ni podía tener asco, no creía en nada, ya no era yo: ¡Yo era el carnaval¡ y así….si en el trayecto hubiese habido una piscina llena de agua, de seguro que me inventaba la “danza de las olas” para que todos se hundieran conmigo…con su gran rey carnavalón.
Después de aquello, bien recuerdo, mi cuerpo quedó hecho trizas, por tres días me costó recuperarme…pero en fin dije una vez más: después del gusto….la pena.
Pasaron los años y como era de esperar, me hice más viejo, pero como he gozado de una simpatía y popularidad de parte de mi gente, llegue a ser ungido gobernador de mi querido pueblo.
Ya pasaba algo más de un año en aquel cargo, que dada su investidura me impedía participar en los carnavales como antes lo hiciera en aquella forma tal directa. Ahora más bien sólo alentaba a los jóvenes a que lo hicieran… pero que lo hicieran bien.
Era un Sábado carnaval- bien lo recuerdo -cuando el destino me estaba esperando para hacerme una jugada - yo me encontraba como siempre en los balcones oficiales de la institución a la cual representaba. Vi como se llenaba abarrotadamente la plaza de armas con la muchedumbre. Empecé a escuchar el inconfundible son de las metálicas bandas, con sus típicos ritmos carnavalescos cuyo sórdido compás del bombo retumbaba haciéndonos vibrar hasta las mitocondrias.
Por la parte alta de la plaza aparecía, seguido de cientos de disfraces, seguido de una turba multicolor de gente, Ño Carnavalón bailando y bailando, saludando y echando agua. Su estrafalaria figura era inconfundible: Alto, más alto que todo el mundo, desgarbado como él mismo, tenía esta vez una irónica sonrisa entre burlona y pícara, la gente lo ovacionaba y le aventaban globos llenos de agua, sus ropas ya casi se rompían de tanta furia de globazos…y así venía, se acercaba, se acercaba…cuando de pronto abrí bien los ojos y…¡Dios mío¡ exclame…¡pero que es lo que estoy viendo! ( ya el momo llegó a mi delante, ante el balcón oficial) …¡no podía creerlo¡, era la más patética burla que el destino hubiese perpetrado contra ser humano alguno porque esta vez… ¡EL MOMO ERA YO¡.
Uno de mis colaboradores que me acompañaba me dijo jalándome del brazo: vamos Sr. Pase ud. para adentro, seguramente que ha sido idea de algún sinvergüenza….
Era la primera vez en mi vida que en pleno carnaval era capaz de derramar una lágrima…pero de la más profunda indignación de verme representado y caricaturizado como aquel sátiro y desgarbado Carnavalón a quién otrora construí con abnegada devoción y otra cargara con febril entusiasmo.
Mientras pasaba hacia los salones internos del local de mi institución me dije en el pensamiento: “sólo sé que se trata de una venganza: ES LA DESPIADADA VENGANZA DEL MOMO”.
Salí al balcón nuevamente, y con el ánimo hecho fraguas grité apuntando con el dedo inquisidor a la gente: ¡malditos ...esto no se va a quedar así…¡
Pero la diabólica procesión de “posesos” del carnaval siguió su curso…sin escucharme más…
Y me adentré a los recintos, riendo con una especie de amarga carcajada…como aquella carcajada que solía ensayar a veces para representar al endiablado Rey Momo…
Douglas Rojas Zegarra
DNI : 26632633
E- mail: salgud42@ Hotmail.com
3 comentarios:
Este es el cuento que más me gustó y te felicito por tu esfuerzo, hasta el momento lo estás haciendo perfecto.....espero que aquí sepamos lo que de verdad eres una buena persona, con muy buen humor y algo característico de ti....QUE ERES AUTOCTONO ja! beso
Alguien muy muy querido me ha traído aquí. 1 viejita preciosa con domicilio en ni más ni menos que Groenlandia del Sur.
Saludos desde muy lejos y gracias x compartir tu don, con tu permiso, seguiré leyéndote...
:)
Te gustará esta página (creo)
http://www.letralia.com/70/litin070.htm
Ainsssss reina ya me puse sentimental, que bueno que vengas a leer, te gustarán estos cuentos, nunca leiste algo así...tqm guapa, al final solito lo hizo ni ayuda necesitó, es que es inteligenteeeeeeee jejejeje besos
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